Capitulo 41

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      Simpatía en La Principalía. 

La Principalía era el edificio más antiguo de la universidad. Con el paso de los siglos había crecido lentamente en todas direcciones, absorbiendo los edificios más pequeños y los patios que iba encontrando. Parecía una variedad de arquitectónica única que intentaba ocupar tantas hectáreas como pudiera.

No era fácil orientarse en La Principalía, los pasillos hacían giros impredecibles, terminaban inexplicablemente o daban largos rodeos. Podías tardar veinte minutos en ir de una instancia a otra aunque solo estuvieran a quince metros.

Los alumnos con más experiencia conocían los atajos y sabían por qué talleres o salas de conferencia tenías que pasar para llegar a tu destino.

Al menos uno de los patios había quedado completamente aislado y solo podía accederse a él trepando por una ventana. Circulaba el rumor de que habían habitaciones completamente tapiadas, algunas con alumnos dentro. Decían que sus fantasmas recorrían los pasillos por las noches, lamentándose de su destino y quejándose de la comida que servían en la cantina.

La primera clase la que asistí se daba en La Principalía, afortunadamente mis compañeros de litera me habían advertido que era difícil orientarse; así que pese a que me perdí, llegué con tiempo de sobra.

Cuando por fin encontré la sala en la que se daba mi primera clase, me sorprendió ver que parecía un pequeño anfiteatro. Los asientos estaban dispuestos alrededor de gradas en un pequeño escenario elevado. En ciudades grandes, mi troupe había actuado en sitios parecidos a aquel; ese pensamiento me relajó mientras buscaba un asiento en las filas de atrás. Estaba muy emocionada.

Poco a poco fueron entrando otros alumnos, todos eran como mínimo unos años mayores que yo.

Repasé en mi mente los primeros treinta vínculos simpáticos mientras el anfiteatro se llenaba de estudiantes nerviosos. En total eramos unos cincuenta y ocupábamos tres cuartas partes de la sala, algunos tenían papel y pluma o libros de tapa dura sobre los que escribir, otros tenían tablillas de cera. Yo me había llevado nada, pero eso no me preocupaba demasiado porque siempre tuve una memoria excelente.

El maestro Hemme entró en la sala, subió a la tarima y se colocó detrás de una gran mesa de trabajo de piedra. Ofrecía un aspecto imponente con su negra túnica de maestro, y en apenas unos segundos, los alumnos dejaron de susurrar y de moverse, y el anfiteatro quedó en silencio.

—¿Quieren ser Arcanistas? —preguntó Hemme— ¿Quieren hacer magia como la de los cuentos infantiles? Escucharon canciones sobre Taborlin El Grande, rugientes lenguas de fuego, anillos de poder, capas invisibles, espadas que nunca se rompen, pociones que te hacen volar —sacudió la cabeza con gesto de desaprobación—. Pues si eso es lo que buscan, ya se pueden marchar ahora mismo. Acá eso no lo van a encontrar, eso no existe.

Un alumno entró en ese momento en la sala. Se dio cuenta de que llegaba tarde y se dirigió rápidamente a un asiento vacío, pero Hemme lo vio.

—Hola, me alegro de que hayas venido. ¿Cómo te llamás?

Asttes —contestó el muchacho nervioso—. Mis disculpas, tuve un pequeño problema con

 𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎 Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt