Capitulo 6

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   Notas.  

Era pasada la medianoche cuando Blair llegó a Newarre, cargando el cuerpo inerte de la cronista sobre los hombros lacerados. Las casa y las tiendas del pueblo estaban a oscuras y en silencio, pero la posada Roca De Guía estaba iluminada.

Dante, de pie en el umbral, casi danzaba en irritación. Al ver acercarse a Blair, echó a correr camino abajo, agitando furioso un pedazo de papel. —¿Una nota? ¿Te escapás y me dejás una nota? —Inquirió con voz baja pero furiosa—, ¿por quién me tomás?, ¿por una ramera de puerto?

Blair se dio la vuelta y sacudió los hombros hasta depositar a la durmiente dama en los brazos de Dante. —Sabía que lo único que harías sería discutir conmigo, Dante.

El mismo sujetó a la cronista frente a él y ahora en su agarre sin esfuerzo. —Si al menos hubiera sido una nota decente, «si estás leyendo esto, seguramente esté muerta» —citó con furia muda e indignación en el tono con el que habló—, ¿qué clase de nota es esa?

—Se suponía que no la encontrarías hasta mañana. —Respondió ella con notorio cansancio apaleando su cuerpo, y echaron a andar por la calle que llevaba a la posada.

Dante miró a la mujer que llevaba en brazos, una pelinegra de piel como porcelana de muñeca, palida y gentil como una hoja que perdió su pigmentación despues de estar mojada mucho tiempo, de labios gentiles y suaves a simple vista. La miró como si la viera por primera vez. —¿Quién es esta? —La zarandeó un poco, mirándola con curiosidad antes de cargarla en un hombro con facilidad, como si fuera un saco de arpillera.

—Una pobre desgraciada que pasaba por el camino en el momento menos adecuado —, contestó la posadera con desdén—. No la sacudas demasiado, todavía debe tener la cabeza un poco suelta.

—¿Pero qué re mierda fuiste a hacer? —Le reprochó cuando entraron a la posada—. Si me dejás una nota, al menos deberías decir qué...

Dante abrió mucho los ojos al ver a Blair a la luz de las velas en el candelabro de la posada, palida y cubierta de barro y sangre. —Si querés podés preocuparte —dijo Blair con brusquedad—, es tan grave como parece.

—Saliste a buscarlos, ¿verdad? —Pronunció en voz baja, y entonces abrió mucho los ojos—. No, te quedaste un pedazo del que mató Lissio. No te lo puedo creer. Me mentiste, a mí.

Blair suspiró y subió pesadamente la escalera. —¿Estás enojado porque te mentí o porque no me atrapaste mintiendo?

—Me ofende que pensaras que no podías confiar en mí —, contestó Dante, farfullando de rabia.

Interrumpieron su conversación mientras abrían una de las numerosas habitaciones vacías del segundo piso, una alejada de la que usaba un padre y su beba. Desvistieron solo en la medida prudente a la cronista, la limpiaron de polvo y más mugre, la acostaron y la taparon. Blair dejó la cartera y el macuto de la escribana en el piso, cerca de la cama.

Tras salir y cerrar la puerta detrás de sí, Blair dijo: —Confío en vos, Dante, pero no quería ponerte en peligro. Sabía que podía hacerlo yo sola.

—Podría haberte ayudado, Bri —, reclamó, sonando dolido—. Lo sabés muy bien.

—Todavía podés ayudarme —se dirigió a su habitación y se dejó caer en el borde de la estrecha cama—, necesito que me cierres las heridas —empezó a desabrochar su camisa, comenzando por los botones de arriba—. Lo haría yo misma, pero a los hombros y a la espalda no llego.

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