Capitulo 21

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   Dedos y cuerdas. 

Al principio era casi como un autómata y realizaba cualquier tarea sin reparar en las acciones imprescindibles para mantenerme viva.

Me comí el segundo conejo que atrapé, el tercero también. Encontré unas matas de frutillas silvestres, arranqué raíces comestibles además de eso. Al tercer día tenía cuanto necesitaba para sobrevivir, un hoyo rodeado de piedras para encender fuego y un escondite para mi laúd, incluso había reunido una pequeña fortuna de alimentos a los que podía recurrir en caso de emergencia.

También tenía una cosa que no necesitaba: tiempo.

Una vez que me hube ocupado de mis necesidades inmediatas, me di cuenta de que no tenía nada para hacer. Creo que fue entonces cuando una pequeña porción de mi mente empezó a despertar poco a poco. No se confundan, ya no era yo misma, o al menos no era la misma persona que un ciclo atrás. En todo lo que hacía empleaba mi cerebro para que no quedara ninguna parte desocupada; libre para recordar.

Adelgacé y mi aspecto físico empeoró. Dormía bajo la lluvia o bajo el sol, sobre la blanda hierva, sobre la húmeda tierra o sobre las piedras con una indiferencia que solo el sufrimiento puede proporcionar.

Únicamente me fijaba en mi entorno cuando llovía porque no podía sacar mi laúd para tocar, y eso me dolía.

Claro que tocaba, tocar era mi único consuelo.

Hacía finales del primer mes, se me habían formado unos callos duros como piedras en los dedos, desarrollando así la capacidad de tocar horas seguidas. Tocaba y volvía a tocar todas las canciones que sabía de memoria. Luego empecé a tocar también las canciones que recordaba a medias, llegando como podía las partes que había olvidado. Al final podía tocar desde que me despertaba hasta que me dormía.

Dejé de tocar las canciones que ya conocía y empecé a inventar otras. Antes ya había compuesto canciones, incluso había ayudado a mi padre a componer un verso o dos, pero ahora le dediqué toda mi atención. Algunas de esas canciones me han acompañado hasta hoy.

Poco después empecé a tocar... ¿Cómo podría describirlo? Empecé a tocar otra cosa que no eran canciones. Cuando el sol caliente a la hierba y la brisa te refresca se siente algo especial, y yo tocaba hasta que conseguía expresar ese sentimiento. Tocada hasta que la música sonaba a hierba tibia y brisa fresca. Tocaba para mí misma, pero era un público muy exigente. Recuerdo que pasé tres días enteros tratando de capturar el viento al girar una hoja.

Hacía finales del segundo mes podían tocar cosas con la facilidad con la que las veía y la sentía. El sol poniéndose detrás de las nubes, el rocío en los helechos, un pájaro cazando y los bichos que huyen de él, todo aquello fueron las primeras cosas con las que empecé.

A mediados del tercer mes empecé a dejar de buscar fuera y comencé a buscar temas en mi interior. Aprendí a tocar “Viajar En El Carromato Con Ben”, “Cantar Con Padre Junto Al Fuego”, “Ver Bailar a Chaándí”, “Ver Hojas Cuando Hace Buen Tiempo” “La Sonrisa De Mamá”.

Tocar esas cosas me dolía, por supuesto, pero era un dolor como el de los dedos tiernos sobre las cuerdas del laúd. Sangraba un poco, pero confiaba en que pronto me saldría un callo.

Hacía finales del verano, se rompió una de las cuerdas del laúd. No había forma de repararla. Me pasé casi todo el día sumida en un mudo estupor, sin saber qué hacer. Todavía tenía la mente adormecida. Rescaté los vestigios de mi inteligencia y me centré en el problema. Tras comprender que no podría fabricar una cuerda ni conseguir una nueva, volví a sentarme y me propuse aprender a tocar con solo seis cuerdas. Al cabo de un ciclo, tocaba tan bien con seis cuerdas como con siete. Tres ciclos más tarde, cuando intentaba tocar “Esperando Sentada Mientras Llueve” rompí otra cuerda. Esa vez no lo dudé, quité la cuerda rota y seguí tocando. Hacía mediados de ciega se rompió la tercera cuerda. Tras intentarlo hasta cerca del mediodía comprendí que, sin importar qué, tres cuerdas eran mi límite.

 𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora