Capitulo 8

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  Propinas. 

En la taberna sin posada habían murmullos, muchos de conversaciones monótonas que no abarcaban nada fuera de lo cotidiano, pero habían otras que giraban en torno a una duda compartida: ¿De qué hablaba el grupo de cuatro "personas" que se había sentado en la mesa más lejana de todas?

Los pocos que allí merendaban sabían a ciencia cierta quiénes eran, qué eran.

Una mujer con el cuello largo, piel como nieve seca, de mirada afilada pero confortada y los ojos como perlas pálidas era la primera de ellos. En la cabeza ni un pelo y los labios pintados de negro. Hombros caídos como cabeza de perro triste pero con una sonrisa de oreja a oreja adornando su famélico rostro. En aquel gesto bien intencionado asomaban dientes tan blancos como leche recién ordeñada, dientes que eran todos caninos de punta prominente, casi propios de un depredador acuático. En sus manos cada dedo era como una rama blanca, delgada y frágil, la piel arrugada solo en lo que se le podía ver de los brazos pues, a pesar de poder verse poseedora de porte erudito, no tenía ni una arruga en la cara. Una aparición a plena luz del día que le robaría el aliento al que la viese de noche. No era ni más ni menos que Madame Bluesnorth, también conocida como Lady Ofelia.

El segundo de ellos apenas llegaba apenas hasta las costillas de la anterior mencionada cuando a altura se refiere. Y no es que fuese muy bajito, aunque lo era un poco, se trata de que la delgada mujer medía poco más de dos metros. De cejas pobladas pero estilizadas, notorias como poco gracias a su frente que bien amplia era debido a lo poco que de pelo le queda. Los labios los tenía finos y la risa le era fácil. El regordete hombre gozaba de buen vestir en su traje gris y tenía un acento marcado: grave que va de arriba abajo, acuto que va de abajo arriba y circonflesso que ya casi no se usa por la gente que habla su idioma. El acento grave lo usa en todas las vocales, el acento acuto lo usa solo en las vocales E y O. De buen comer era, degustando cada bocado de aquél bizcocho chocolatoso de forma febril, casi como una joven que come fruta fresca. El nombre del individuo es Lars Van Augur, anteriormente llamado de otra forma por sus compañeros en el trabajo de carácter negligente e ilegal en el que solía participar junto a Madame Bluesnorth.

La tercera de ellos era, a pesar de ser quien menos destacaba, la que más llamaba la atención. Era raro para los residentes del poblado verla siquiera caminar por las calles. A pesar de eso, era querida por los habitantes, admirada y apreciada con respeto. Dama rubia de ojos como dos monedas de oro, piel bien cuidada, un semblante astuto, tanto así que se podría concluir con facilidad que esa cara le pertenece a aquellos que, por infortunios o sucesos de naturaleza calamitosa, había perdido toda característica de inocencia. De mente basta era ella, tan inteligente como se podía ser teniendo más de un siglo de existencia. La Madre Miranda, nombre cariñoso con el que era llamada tanto por sus subordinados y cercanos, era quién estaba más inmersa en sus pensamientos durante aquella conversación.

El cuarto y último del grupo hablaba vividamente con los dos primeros. Las canas grises eran claras en su cabellera lacia y larga hasta por debajo de sus orejas, y la barba la tenía de un gris apenas más oscuro que el pelo. Unos lentes polarizados de cristales redondos que se había negado a quitarse a pesar de estar en un ambiente cerrado no dejaban ver las ventanas de su alma, casi tan amarillas como las de Miranda. El sombrero que había traído puesto desde que se vistió en la mañana descansaba cerca de su taza de café terrado, poco menos más amargo que el del hombre de prominente panza. Karl Heisenberg era su nombre, uno que él eligió al comienzo de la Nueva vida dada por la Madre Miranda, un nombre que le provoca un calor que disfrutaba de sentir en su pecho cuando uno de sus tres hermanos o la propia Miranda lo llamaban por él.

 𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎 Where stories live. Discover now