Capitulo 3

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   Quiero plata.    

La figura por excelencia que aparecería en los pensamientos de cualquier persona al pensar en cómo se vería un padre sería, al menos en una cultura como la de este pueblo en cuestión, la de un hombre de estatura promedio o quizás más alto, fumando de una pipa y que ha leído ya unos cuantos libros a lo largo de su vida. Un tipo de una sonrisa un poco complicada de sonsacar, pero radiante si se consigue.

Difícil sería imaginar que un flaco de hombros caídos y cabeza gacha, con inminentes ojeras asomando bajo sus orbes azules, con barba creciente a los costados de su mandíbula y vistiendo una camisa blanca que si bien no está desgastada podría estar más alineada es la vida imagen de un padre que quiere lo mejor en la vida de su pequeña.

Esa es la apariencia que deja ver el ilustre personaje que a paso lento va caminando por las calles lejos de ser céntricas de aquel poblado. No haría falta conocerlo como un buen vecino para poder afirmar que tenía el pelo más largo de lo que le gustaba tenerlo.

Si se prestaba la suficiente atención podría percatarse cualquiera de que lo que había dentro del macuto que cargaba no era ropa o provisiones, se trataba ni más ni menos que de una bebé llegando a su primer año de vida. En comparación al padre, la chiquita de ojos cerrados y labios fruncidos estaba radiante como una florecita dejando ver sus colores en plena primavera, como recién abriendo su cascarón, mostrando la belleza que tenía para ofrecer al mundo mientras que, por el otro lado, quien a un hombre la llevaba sano no se encontraba. Las ojeras ya mencionadas son el más leve de los indicios, viniendo acompañadas de una postura encorvada y una cara cansada.

Las miradas se robaba, sí, y era un acierto decir que lo opuesto a apuesto lejos estaba de ser el ilustre rubio. Dueño de aquella mirada adormilada, obvio índice de pocas horas de sueño gozar con certeza se movía pero con pesar andaba, y al sopesar los pies en cada pisada, al resto del mundo ignoraba.

No fue sino hasta que sus ojos se posaron en un cartel que decidió ceder ante el sueño. El letrero pertenecía a una posada, justo lo que en ese momento precisaba. La Roca De Guía de buen aspecto parecía, así que, que sea lo que Dios quiera, pensó.

Al entrar cautivado estuvo, fácil era quedan embelesado con lo bien limpia y cuidada que estaba la taberna. Las botellas todas bien colodadas, todas reluciendo. Fue la posada mejor cuidada que había visto nunca. Era el lugar perfecto para pasar una noche o dos, el lugar perfecto para trabajar. Mentir sería decir que no le encantaría volver a ser joven y tomarse unas copas con su ya fallecida esposa en el bar de aquella posada.

Aún más inmensa fue su sorpresa en el momento en el que un joven de pelo como un cielo nocturno sin astros le ofreció trabajo al día siguiente cuando bajó a desayunar con la bebé. Mencionó el muchacho que su jefa y maestra estuvo más que de acuerdo en hacerse con un nuevo empleado.

La propuesta de trabajo vino acompañada del ofrecimiento de una habitación solo para él y para su niña, desayuno, almuerzo, merienda y cena para los dos, baños calientes a cualquier hora del día para ambos y la promesa de cuidar a la nena si el padre estaba ocupado. Fue la oportunidad perfecta luego de ser un trotamundos tanto tiempo. Ethan aceptó de inmediato.

Nota del autor: quería introducir a Ethan pero no se me ocurría cómo así que simplemente hice esto.

PD: el nombre del capítulo no tiene nada que ver con Ethan. Yo soy el que quiere plata.

 𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎 Where stories live. Discover now