Capitulo 39

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   Menos tres talentos. 
 

Pasé la noche durmiendo fuera de los límites de la ciudad de Inmre, en una plana cama de brezo. Al día siguiente me desperté tarde, me lavé en un arroyo cercano y me encaminé hacia el este, hacia la universidad.

Mientras andaba, escudriñaba el horizonte en busca del edificio más grande. Sabía el aspecto que tenía gracias a las descripciones de Ben. Era un bloque gris y cuadrado, sin ningún distintivo; alto como cuatro graneros puestos uno encima de otro, sin ventanas ni ornamentos, y con una sola puerta de piedra.

Diez veces diez mil libros. El archivo.

Había ido a la universidad por muchos motivos, pero ese era el principal. El archivo encerraba respuesta, y yo tenía muchísimas preguntas. Ante todo, quería descubrir la verdad acerca de Los Chandrian y de Los Amir. Necesitaba saber qué había de cierto en la historia de Escarpi.

Cuando el camino llegaba al río Omenthi, había un viejo puente de piedra, seguro que saben a qué clase de puente me refiero. Era una de esas antiguas y gigantescas obras de arquitectura que hay repartidas por todo el mundo, tan imponentes y sólidamente construidas que terminan pasando como parte del paisaje sin que nadie se pregunte quién las construyó y por qué.

Aquel puente era particularmente impresionante, tenía más de setenta metros de longitud y era lo bastante ancho para que pasaran por él dos carros. Se extendía el agua por el cañón que el Omenthi había labrado en la roca. Siendo esa la primera vez que caminaba por ese puente, divisé el archivo por primera vez en mi vida, alzándose como un gran itinolito por encima de las copas de los árboles, apuntando para el oeste.

La universidad estaba en el centro de una pequeña ciudad, aunque, pensándolo bien, no sabría si debo llamar la ciudad. No tenía nada que ver con Tarbean, con sus tortuosos callejones y su olor a basura. Era más bien una población grande, con calles anchas y una atmósfera limpia. Entre las casitas y las tiendas habían extensiones de césped que acababan en jardines. Pero, como esa población había crecido para satisfacer las peculiares necesidades de la universidad, un observador atento podría descubrir pequeñas diferencias entre los edificios que ofrecía Inmre.

Había, por ejemplo, dos sopladores de vidrio, tres motitas muy bien abastecidas, dos talleres de encuadernación, cuatro librerías, dos prostíbulos y un número absolutamente desproporcionado de tabernas. En una de ellas había un gran letrero de madera clavado en la puerta que decía: simpatía no.

Me pregunté que pensarían de esa advertencia y los visitantes que no tuvieran ninguna relación con El Arcano.

La universidad consistía en unos quince edificios que no guardaban mucho parecido unos con otros. Las dependencias tenían un cubo central de techo circular del que irradiaban ocho ventanas, una de ellas, mi favorito, de color rosa.

El auditorio era un edificio sencillo y cuadrado también, con vidrieras en las que aparecía el héroe histórico Tekkam en su pose básica, plantado descalzo frente a la boca de su cueva, hablando con un grupo de estudiantes.

La principalía era el edificio más particular. Ocupaba media hectárea y parecía que lo hubieran construido a toda prisa, a partir de varios edificios iguales y más pequeños.

 𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora