Capitulo 37

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   Despedidas. 


Denna había viajado todo el día en el mismo carromato que Josohn, y yo, orgullosa y estúpida, me había quedado al margen.

Nada más detenerse los carros, empezó un torbellino de actividad. Roehnt se puso a discutir con un individuo sin barba ni bigote que cargaba con un sombrero de terciopelo antes de que su carromato se hubiera parado del todo. Tras las primeras negociaciones, una docena de hombres empezaron a descargar rollos de tela, barriles de melaza y sacos de arpillera llenos de café. Rehta los vigilaba a todos con mirada severa. Josohn correteaba por ahí, tratando de que no le robaran ni le estropearan el equipaje.

Mi equipaje era más fácil de manejar, consistía en un único macuto. Lo pesqué de entre unos rollos de tela y me aparté de los carromatos, me lo colgué del hombro y miré alrededor, buscando a Denna. Solo encontré a Rehta.

—Nos ayudaste mucho —me dijo con claridad. Su atur era mucho mejor que el de Roehnt, sin apenas rastro de acento siauru—, se agradece que haya en la caravana alguien capaz de enganchar un caballo sin ayuda —me tendió una moneda. La agarré sin pensar.

Fue un autoreflejo de mi época de mendiga, algo así como el autoreflejo contrario a apartar la mano del fuego.

No me fijé bien en la moneda hasta que la tuve en la mano, era una iota de cobre, equivalente a la mitad de lo que había pagado para viajar con la caravana hasta Inmre. Cuando levanté la cabeza, Rehta ya se había dado la vuelta y se dirigía a los carros.

Sin saber qué pensar, me acerqué a Derrick, que estaba sentado en el borde de un abrevadero. Hizo visera con una mano para protegerse de los últimos rayos del sol y me miró. —¿Te vas? Creí que quizá te quedaras un tiempo con nosotros.

Sacudí la cabeza —Rehta acaba de darme una iota.

Derrick asintió —no me sorprende mucho. La mayoría de personas que encontramos por el camino no son más que pesos muertos —se encogió de hombros—. Además, le gustó oírte tocar. ¿Nunca te habías planteado hacerte bardo? Dicen que en Inmre hay varios y que se ganan bien la vida.

Volví a llevar la conversación hacia Rehta. —No quiero que Roehnt se enfade con ella. Me pareció que se toma muy en serio su dinero.

Derrick rió. —¿Y ella no?

—Yo le pagué a Roehnt —aclaré—. Si él hubiera querido devolverme parte del dinero, creo que lo habría hecho él mismo.

Derrick tarareó en respuesta, pero su cabeza se balanceó de lado a lado. —Ellos no funcionan así. Los hombres no dan dinero.

—A eso mismo me refería —dije—, no quiero que Rehta tenga problemas por mi culpa-

Derrick me cortó con un ademán. —Roehnt lo sabe, y hasta es posible que haya enviado a Rehta a darte ese dinero, pero los Barones Cealdimos y Fealdicos no dan dinero, lo consideran un comportamiento femenino. Además, ni siquiera compran cosas si pueden evitarlo. ¿No te fijaste que hace unos días fue Rehta la que negoció el precio de nuestras habitaciones y nuestra cena en la posada?

Sí, me acordaba ahora que Derrick lo mencionaba. —Pero, ¿por qué? —inquirí.

Derrick mostró un semblante impreciso, como desinteresado. —No hay un motivo, es la forma en la que hacen ellos las cosas. Por eso hay tantas caravanas Cealdimas por un equipo compuesto de un matrimonio.

—¡Derrick! —la voz de Roehnt provenía de detrás de los carros.

Derrick se levantó exhalando un suspiro. —El deber me llama —dijo—, nos vemos.

Me guardé la iota en el bolsillo y reflexioné sobre lo que me había dicho Derrick.

La verdad era que mi troupe había llegado tan al norte como para entrar en El Shald, el rincón del mundo en el que está la universidad. Era desconcertante pensar que yo no tenía tanto mundo como creía.

Me colgué el macuto al hombro y miré alrededor por última vez, pensando que quizás sería mejor que me marchara sin molestas despedidas. No veía a Denna por ninguna parte, así que la decisión fue fácil de tomar.

Cuando me di la vuelta, la encontré de pie detrás de mí. Ella me sonrió con cierta torpeza, con las manos entrelazadas detrás de la espalda. Era hermosa como una flor, y no tenía la menor conciencia de su belleza. De pronto me quedé sin aliento y me olvidé de mi enfado, de mi pena; de todo.

—¿Te vas? —me preguntó. Asentí con la cabeza— ¿Por qué no acompañás a Nìlin? —me propuso— Dicen que ahí las calles están pavimentadas con oro. Podrías enseñar a Josohn a tocar ese laúd que tiene —sonrió—. Le pregunté y me dijo que no le importaría —me lo planteé, por un instante estuve a punto de abandonar todos mis planes solo para estar un poco más con ella. Pero ese momento pasó y negué—. No pongas esa cara —me dijo aún sonriente—. Me quedo un tiempo allá si las cosas no te salen bien acá —se quedó callada y expectante. Yo no sabía qué iba a ser si las cosas no me salían bien.

Había depositado todas mis esperanzas en la universidad. Además, Nìlin estaba a cientos de kilómetros. No tenía más que lo que llevaba puesto, ¿y se supone que iba a encontrar a Denna?

Ella debió de ver mis pensamientos reflejados en mi semblante. Sonrió y dijo: —ya veo que voy a tener que ir a buscarte yo a vos.

Los Iris somos viajeros. Nuestra vida se compone de encuentros y despedidas, cariño e intensas relaciones entre medias. Por eso yo sabía la verdad. La sentía, pesada y certera en el fondo de mi estómago. Nunca volvería a verla.

Antes de que yo pudiera decir nada, ella miró nerviosa hacia atrás. —Me tengo que ir ya. Buscáme.

Volvió a esbozar su pícara sonrisa, se dio la vuelta y se marchó.

—Prometo hacerlo —dije finalmente—, y voy a encontrarte donde se unen los caninos.

Denna tornó la cabeza y vaciló un momento, me dijo adiós con la mano y se perdió en la penumbra del ocaso.

 𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎 Where stories live. Discover now