Capitulo 7

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   El precio de los recuerdos. 

Donna no bajó a la taberna por las escaleras de la posada hasta el día siguiente en la noche. Pálida y vacilante, llevando su cartera de cuero bajo un brazo encontró a Blair tras la barra, concentrada en hojear un libro.

—Bueno, pero si es nuestra invitada involuntaria. ¿Cómo le va a esa cabeza?

La cronista levantó una mano y se tocó la nuca. —Me duele un poco si la giro demasiado deprisa, pero todavía funciona.

—Me alegro de oírlo —, dijo Blair.

—¿Es esto... —La escribana miró alrededor, luciendo ella una expresión titubeante—, ¿estamos en Newarre?

Blair asintió. —Estás en el centro mismo de Newarre en realidad —hizo un ademán teatral—. Sí, una prospera metrópolis densamente poblada.

La cronista miró con fijeza a la pelirroja. Se apoyó en una mesa para sostenerse. —Por el chamuscado cuerpo de Dios —las palabras que le salieron de a poco con un hilo de voz parecían dudar apenas solo un poco—. Sos vos, ¿verdad?

La posadera puso cara de desconcierto. —¿Perdón?

—Ya sé que lo vas a negar, pero lo que vi anoche-

La posadera levantó una mano para hacerla callarse. —Antes de discutir la posibilidad de que ese golpe en la cabeza te haya trastornado, decime, ¿qué hacías en el camino de Tinúe?

—¿Qué? —Le replicó la de pelo negro con irritación en el tono.— Yo no iba a Tinúe... Bueno, los caminos están muy difíciles, incluso sin contar lo de anoche. Me robaron cerca del Vado De Abbott y tuve que seguir a pie, pero valió la pena, estás acá —Donna vió la espada colgada arriba de la barra, dio un grito ahogado y se le reflejó un potente nerviosismo en la expresión—. No vine acá con ánimo de crear problemas, te lo juro. No estoy en tu búsqueda por el precio que se le puso a tu cabeza —compuso una débil sonrisa—. Como es lógico, yo no podría causarte problemas.

—Perfecto —, le cortó la posadera al mismo tiempo que con calma agarraba un trapo de hilo blanco y empezaba a limpiar la barra—. ¿Y quién sos?

—Podés llamarme “Cronista”.

—No te pregunté cómo puedo llamarte —, repuso Blair—, ¿cómo te llamás?

—Donna, Donna Beneviento.

Blair dejó de pasar el paño por la barra y levantó la cabeza. —¿Beneviento? ¿Sos pariente del duque... —La pelirroja asintió antes de haber terminado la frase—. Sí, claro que sos pariente suyo. No sos una cronista, sino la cronista. —Miró de arriba a abajo a la escribana, una mujer de insipiente pelo negro como carbón.— ¿Qué te parece? La desenmascaradora de patrañas en persona.

Donna se relajó un tanto, era evidente comprobar que su reputación la precedía. —Antes no pretendía ponerte las cosas difícil, hace bastante que no pienso en mí como “Donna”. Dejé atrás ese nombre casi —miró a la posadera con complicidad—. Supongo que vos también sabrás algo de eso.

Blair ignoró la pregunta que la escribana no había llegado a formular. —Leí tú libro hace unos años: Los ritos nupciales del dracus común. Una obra revelandora para una joven con la cabeza llena de ideas —miró hacia abajo y siguió lustrando la madera veteada de la barra—. He de admitir que me decepcionó enterarme por tus letras que los dragones no existían, es una dura lección para cualquiera de entre diez y trece años.

 𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎 Where stories live. Discover now