Capitulo 27

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      Interludio. Ávido de explicaciones.  

Eleonor le hizo señas a Donna para que deje de escribir. Ella dejó la pluma y se desperezó, haciendo sonar los dedos y estirando los brazos por encima de la cabeza.

—Hacía mucho tiempo que no recordaba todo eso —dijo—. Si les interesa saber por qué me convertí en la Eleonor de la que hablan las historias, supongo que tendrían que buscar ahí.

Donna arrugó la frente, pero fue Bela quien habló —¿eso qué significa exactamente?

Eleonor hizo una larga pausa y se miró las manos —¿saben cuántas tarifas me han dado en el curso de mi vida? —Donna y Bela llegaron con la cabeza, los demás se limitaron al silencio. Eleonor levantó la mirada, sonrío y se encogió de hombros con indiferencia— Yo tampoco. Parece que esas cosas tengan que grabarse en la memoria, que tuviera que recordar cuántos huesos me han roto. Por momentos realmente se ve como si tuviera que acordarme de todos los puntos y vendajes —sacudió la cabeza—. Pues no. Recuerdo a aquel niño sollozando la oscuridad, lo hago con la claridad que tendría una memoria de ayer.

Reacciones habían y varias eran, pero casi todas implicaban apenas removerse en sus lugares, algunos con incomodidad, y se dice algunos para no decir la mayoría. Donna frunció el ceño. Sí, los demás tenían respeto por la situación vivida y la fuerza de voluntad para contarla de la posadera pelirroja, pero ninguno se animaba a decir nada, eso era lo que enojó la escribana —vos misma sabías que no podías hacer nada, y te das cuenta de eso ahora también, o eso espero al menos. Era algo fuera de tus capacidades, algo lejos de las oportunidades que tenías para sobrevivir.

—Sí podía —dijo Eleonor con seriedad—, y no lo hice. Tomé una decisión y todavía me arrepiento de ella. Los huesos se sueltan, el arrepentimiento perdura para siempre —Eleonor se apartó de la mesa—. Bueno, ya hablé bastante del lado oscuro de Tarbean —se levantó y se estiró cuán larga era con los brazos en alto.

—¿Por qué, Bri? —las palabras le salieron a borbotones por la boca a Dante— ¿Por qué te quedaste ahí si tan terrible era?

Eleonor asintió con la cabeza, como si hubiera estado esperando esa pregunta —¿A dónde querés que fuera, Dante? Todos mis conocidos habían muerto.

—Todos no —insistió—, estaba Abenthy. Podrías haber acudido a él.

—Su vivienda estaba a cientos de kilómetros —sugirió Alcina, alguien de personalidad fuerte pero que incluso para el momento parecía oprimida porque sabía que no le correspondía opinar.

Eleonor, mientras iba al otro lado de la instancia, por detrás de la barra —tiene razón. Eran cientos de kilómetros, y sin los mapas de mi padre para guiarme habría acabado en cualquier otro lado de los cuatro rincones. Cientos de kilómetros sin un carromato en el que viajar o dormir, sin ayuda de ninguna clase ni dinero o zapatos. Supongo que no era un viaje imposible, pero para una chica como yo, traumatizada todavía por la muerte de sus padres... —Eleonor sacudió la cabeza— No. En Tarbean podía al menos mendigar o robar. Había conseguido sobrevivir un verano en el bosque, a duras penas, pero el invierno... —suspiró y negó— Habría muerto de hambre o de frío.

De pie detrás de la barra llenó su copa y empezó a añadirle especias de diversos recipientes a su vino, luego de terminar, se dirigió hacia la gran chimenea de piedra con gesto pensativo.

—Tenés razón, claro. Cualquier sitio habría sido mejor que Tarbean —se paró delante del fuego y se encogió de hombros—. Pero los humanos somos animales de costumbres, tendemos a caminar por los surcos que nos vamos labrando. Quizás hasta lo considerara justo, mi castigo por no haber estado ahí para ayudar cuando llegaron Los Chandrian, el castigo justo por no morir cuando debería haber muerto con el resto de mi gente.

Dante abrió la boca, luego la cerró y miró en dirección a Ethan, el rubio estaba casi tan inquieto como él, solo siendo consulado por la mano en el hombro que le ponía el hombre de sombrero y lentes negros. Al final Dante agachó la cabeza, frunciendo el señor y apretando los labios.

Eleonor miró por encima del hombro a Cassandra, tan callada y respetuosa como el resto, pero tratándose de la que mejor había digerido el asunto sin duda. Se demostraba a fin de guardar cualquier consuelo para el momento indicado. La posadera torció un poco más la mirada en dirección a Dante y le regaló una sonrisa.

—No digo que no sea razonable, Dante. Las emociones por definición no son razonables. Ahora no me siento así, pero entonces sí. Lo recuerdo bien —se volvió hacia el fuego—. Esas de Ben me han proporcionado una memoria tan clara y afilada que a veces debo tener cuidado para no cortarme.

Eleonor agarró una piedra caliente de la chimenea y la metió en su copa. La piedra se hundió produciendo un intenso silbido, pero el cristal no se rompió por el cambio repentino de temperatura en el líquido. Todo el lugar siempre que no con olor a clavo y a nuez moscada. Ella removió el vino con una cuchara larga mientras se dirigía de vuelta en dirección a la mesa.

—También deberían recordar que no estaba en mi sano juicio. Todavía seguía conmocionada, adormilada si prefieren la palabra. Necesitaba que algo o alguien me despertara —le hizo una señal a la cronista, quien agitó la mano con la que sostenía la pluma para que se le vaya el entumecimiento y destapó el tintero. Eleonor se recostó en el asiento—. Necesitaba que me recordaran cosas que había olvidado, una razón para marcharme de allí. Pasó mucho tiempo desde que llegué a Tarbean hasta que conocí a alguien que podía hacerlo —miró a la pareja de una rubia y una peli negra con una sonrisa en los labios, sonriéndole en especial a Donna—, hasta que conocí a Escarpi.

Casi tapándose la boca, Miranda también sonrío. Conocía casi mejor que Donna al hombre y lo conocía también muchísimo menos que la posadera.

Pronto Miranda se percató de que los aperitivos se habían acabado a excepción de las bebidas, y no es que se haya dado cuenta porque pensaba en tomar algo más de lo que se pudiera encontrar en la mesa, pero ciertamente le hizo ilusión ver que todavía tenía aguardiente de moras a su disposición.

Antes de agarrar su vaso, llevarlo a la los labios y dar un prolongado trago, pensó en algo. En su mente se repitió una pequeña conversación que tuvo en una merienda compartida.

Una vez se hizo con su bolsa sacó un par de monedas, la suficientes y hasta un poco de más para pagar todo lo que se había consumido.

—El precio de las cosas —dijo—. Y un poco de propina también.

Karl, que ya no tenía su mano en el hombro de Ethan, la miró con una extrañeza tan divertida que casi se podía comparar a la confusión en los ojos de Alcina.

Eleonor estuvo a punto de reclinar el pago y propina de la Madre Miranda, pero fue Dante el más rápido, tomando las monedas y guardándolas.

Eligiendo dejar de lado la actitud de su alumno y las risas disimuladas de su segundo empleado, Eleonor prosiguió.

 𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎 Where stories live. Discover now