Capitulo 9

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   De los inicios y de los nombres de las cosas. 

El sol entraba a raudales por las ventanas de la posada. Era una luz fresca y limpia, ideal para cualquier inicio. Acarició al molinero cuando éste puso en marcha su noria. Iluminó la forja que el herrero encendía de nuevo después de cuatro días trabajando el metal el frío. Tocó a los caballos de tiro enganchados a los carros, y las hojas de las guadañas que relucían afiladas como preparadas para empezar ese día de otoño.

Dentro de La Roca De Guía, la luz posaba en la cara de la cronista, sus cinco compañeras y único compañero, y una página en blanco que esperaba las primeras palabras de una historia. Otro principio.

Resbalaba por la barra, esparcía un millar de diminutos arcoiris que nacían en las botellas de colores y trepaba por por la pared hacia la espada, como si buscara un último principio. Pero cuando la luz alcanzó la espada, no se vio ningún inicio. De hecho, la luz que reflejaba la hoja de la espada mate, gruñida y muy antigua. Donna y Bela la miraron, y solo Donna recordó que aunque ello fuera el comienzo de un día, estaban a finales de otoño, y cada vez hacía más frío. La espada brillaba con la conciencia de que el amanecer era un pequeño principio, comparado con el final de una estación, con el final de un año.

Ambas apartaron la mirada de la espada. Donna sabía que Blair había dicho algo, pero no sabía qué. —Perdón, ¿qué decías? 

—¿Qué hace la gente normalmente para contar su historia. —Preguntó Blair. Karl estuvo a punto de decir algo, hasta logró abrir los labios para comenzar una respuesta antes de que Alcina le tapase la boca con una mano enguantada.

Donna se encogió de hombros. —Me describen lo que recuerdan sencillamente. Después yo registro los sucesos en el orden correcto, sacando los pasajes innecesarios, aclaro, simplifico, y esas cosas.

Blair frunció el ceño. —Me parece que eso no me sirve.

La sonrisa a modo de respuesta de Donna fue tímida, intentando ser tranquilizadora. En silencio Bela, su amada, estaba de acuerdo con su forma de manejar a la que se disponía a contar su historia. —Cada narrador tiene su estilo. Por lo general, todos prefieren que no corrija sus historias y a la vez prefieren a un público atento. Normalmente yo escucho y registro más tarde. Tengo una memoria casi perfecta.

—¿Casi perfecta? A mí no me basta con eso —Blair se llevó un dedo a los labios—. ¿Escribís rápido?

La forma que Donna tenía ahora para sonreír dejó a un lado su timidez anterior, usada para calmar a la de pelo como sangre, y pasó a ser una sonrisa segura. —Más rápido de lo que hablo.

Blair arqueó una ceja —me gustaría comprobarlo —la cronista abrió su cartera, sacó un fajo de papel blanco muy fino y un tintero. Después de colocarlos con cuidado, mojó una pluma y miró expectante a Blair. La misma se inclinó sobre su asiento y empezó a hablar a toda velocidad—. Yo soy. Nosotros somos. Ella es. Él era. Ellos eran —la pluma de la escribana se deslizaba página, danzando bajo la atenta mirada de Blair—. Yo, Donna Beneviento, te reconozco por la presente que no sé leer ni escribir. Supino, irreverente y grajilla egoliante. Era hace una vez una joven viuda de Faeton, cuya moral era más dura que el tizón. Fue a confesarse por obsesionarse —Blair se inclinó un poco más para adelante, viendo con extrañeza cómo escribía la cronista—. Interesante. Ya podés parar —sin deshacerse de su expresión alegre, Donna limpió la punta de la pluma con un paño gastado ya y con varias manchas de tinta. La página que tenía delante mostraba una sola línea de símbolos incomprensibles—. ¿Qué es?, ¿una clave? —Se preguntó la ojiverde en voz alta— y sos muy pulcra, seguro que no malgastás mucho papel.

 𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora