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Misuk.

Jimin me dejó en la entrada del edificio y no pude evitar mirarlo como si le suplicara con la mirada que me sacara de allí. Pero el sencillamente acomodó su gorra en su cabeza y dio media vuelta, pensé que se iría, pero cuando estuve por adentrarme por las puertas, una mano me agarro por el brazo y casi chillo del susto.

—Esto es tuyo. Debí dártelo desde hace tiempo — puso un celular entre mis manos, que reconocí al instante.

—¿Lo tenías guardado?

No pude evitar preguntarle y asintió. Tomé el aparato entre mis manos y caminé hacia adentro, observando por los cristales de la recepción como se marchaba en su auto.

Suspiré profundo cuando el elevador se detuvo en el amplio penthouse presidencial y por los cristales del pasillo observé lo tarde que era. Por el celular observé la hora, casi las diez de la noche y traté de pensar en otra cosa que no fueran mis padres cuando me adentrara por esa puerta.

Caminé hacia adentro y el corazón se me estrujó en el pecho al ver a mi hermano ponerse de pie y mirarme como si revisara que estuviese completa. Al instante me estrechó contra su pecho justo como hizo por la mañana y no pude evitar sonreír y pinchar con mis dedos sus pectorales.

Desde niña le decía Musculitos a modo de broma y el solo se sonrojaba hasta ponerse rojo, y otras veces como esta, que se reía como idiota y se ponía colorado cuando le hacía cosquillas mortificándolo.

—Eres realmente insoportable— masculló separándose de mí y observé sus orejas coloradas y como se pasaba una mano por el abdomen.

—Solo demuestro lo mucho que te extrañé — hice un pequeño puchero y sonreí viéndolo pasar una mano por mi cabello y revolverlo —. Idiota.

—Insoportable.

—Musculitos.

—Chillona.

—¡Juro que te romperé todos tus calcetines!— exploté chillando mientras lo fulminaba con la mirada.

Éramos así. Nos extrañábamos muchísimo, pero el reencuentro era desastroso. O nos peleábamos, nos insultábamos. Pero bueno, al final terminábamos abrazados de nuevo.

—Misuk— una voz conocida me hizo separarme de mi hermano, haciendo que mi cuerpo se tensara. Jungkook se alejó dándome privacidad. Después de todo era algo entre ellos y yo.

—He venido. Tal y como querían, ¿No sé alegran?

Observé como el labio de mi madre tembló ante mi tono vacío y seco. Respiré asintiendo para mí misma y continúe:

— Todas las noches me preguntaba si ustedes sentían remordimiento, después de todo me hicieron sentir la peor basura del mundo, me humillaron, y lo peor que no fueron los suficientemente valientes, como para enfrentarme, tuvieron que mandar como siempre a Jungkook a buscarme. Porque después de todo son unos cobardes.

—Misuk, no sigas.

Suplicó mi madre apretando el brazo de mi padre que me miraba con la mirada brillosa. Los mismos ojos de mi hermano.

—Ahora me van a escuchar — sentencié con la voz rota, marcando cada palabra duramente. Caminé por el salón amplio y me giré a mirarlos—.  Son tan cobardes que toda la vida me engañaron. ¿Qué ganaron? ¡Nada! Porque siguen aquí, y no saben... lo difícil que es mirarlos a la cara sin que en mi cabeza se repita todo lo que pasó ese día.

Lágrimas calientes bajan por mi cara, tengo la respiración agitada y un nudo en la garganta que no me deja casi respirar. Sollozo con rabia. Toda la rabia acumulada en estos días, el dolor se junta en mi pecho como una bomba a punto de explotar.

El hilo rojo de la Mafia  •PJM• Where stories live. Discover now