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Jimin.

La enfermera revisa todo, cambia el vendaje, hace una buena sutura, desinfecta la herida y se va.

El silencio reina en la habitación de no ser por el tintineo de un plato que se escucha desde aquí.

Camino abotonando la camisa y salgo del cuarto. El olor de la comida impregna el aire y no puedo evitar cerrar los ojos por un momento al sentirlo tan familiar.

Mi cabeza duele un poco todavía, supongo son efectos de la fiebre y mis manos descansan en los bolsillos del pantalón de chándal. Me duele el abdomen cuando camino pero nada incómodo. He pasado por cosas peores.

La cabeza me gira sola cuando veo a Misuk sentada sola comiendo con la mirada gacha y algo dentro de mí se activa como una alarma y me siento un jodido mal nacido por ni siquiera preguntarle cómo se sentía.

Es obvio, está claro. Esta casa es como una jodida prisión, no hay salidas, en caso de encontrarlas te condenas. Y yo siento que la tengo así, retenida en un lugar donde no desea estar.

Escuché su conversación con Taehyung y me extrañó lo que el dijo. Tengo muchos enemigos, pero nadie sabía de esta casa, ni mis padres, nadie. Y eso solo me deja como sospecha que fue ese maldito imbécil luchando por el poder de su mafia, para demostrar que es el indicado.

No quiere darle vueltas al asunto porque se que las cosas se pondrán peor cuando padre se entere. Y no quiere una guerra entre mafias ahora mismo.

Me acerco hasta la mesa, hay otro plato y una cazuela que huele malditamente bien.

Me sirvo un poco y el mal movimiento me hace quejarme cuando me punza la herida. Misuk alza la vista, sus ojos cafés se encuentran con los míos y se me corta la respiración.

Ella no deja de mirarme a diferencia de las otras veces y eso hace que algo dentro de mí pecho colapse con fuerza.

Desvió la mirada de ella solo para sentarme.

Los pocos minutos que paso comiendo, la miro de reojo, tiene el cabello suelto y le cae a los lados. Me pregunto lo que pasa por su cabeza o si idea un plan para matarme, cosa que no dudo conociendo la situación que tiene.

Terminé de comer y me dediqué solo a mirar el plato vacío, nunca había probado algo así y la verdad me gustó. Debo admitirlo.

Siento como la silla de enfrente es arrastrada y posteriormente una mano delgada toma mi plato y lo quita de enfrente. Estaba mirando si tenía grietas, no, mentira. Estaba tratando de ordenar mi cabeza como las últimas horas y levanto la vista cuando ella camina con ambos platos hasta el fregadero. La veo fregar las cosas sucias con tranquilidad y me levanto de la silla, mis pies se mueven solos y hacía tanto que no sentía ésta sensación.

Se siente hogareño, y mis ojos arden ante el pensamiento. Comer junto a alguien, estar viviendo junto con alguien. Se siente familiar y me asusta, porque esa forma de sentirme me hace vulnerable, estúpido y un demente. Porque luego sería incapaz de dejar ir esta sensación.

Pero luego me atacan los pensamientos, la conversación que tuve con mi padre. El repudio hacia ello, el no querer hacerlo y lo pienso tanto que la cabeza me da vueltas y cuando menos lo espero ya estoy detrás de Misuk como un maldito maniático.

—Misuk— la voz me sale ronca por el rato sin hablar y ella pega un respingo. Salpicando detergente líquido en el suelo.

—¿Estás loco?— es lo que pregunta respirando rápido y la miro sin entender. Aquí la loca es ella que se asusta por todo.

—Un poco. Ya cálmate, no fue para tanto— me mira intenso cuando lo hace y yo sé lo devuelvo notando como se pone nerviosa y desvía la vista.

—¿Hay algo que quieras decirme?

El hilo rojo de la Mafia  •PJM• Where stories live. Discover now