CAPÍTULO 11 - ODIO LAS IDEAS LOCAS

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18:30 llego a mi casa tras un agotador día de clases seguido por un entrenamiento de fútbol, pienso sobre el lugar en el que quiero pasar la tarde y a poder ser el resto de mis días, a la derecha y a tan solo siete pasos se encuentra un cómodo sofá sobre el que se sostiene una manta de terciopelo que me está llamando a gritos, a mi izquierda se encuentra una silla algo menos cómoda aunque también se puede apreciar que posado en la mesa se encuentra mi ordenador junto con una apetecible y sabrosa merienda compuesta por un vaso cargadito de batido de fresa y un suculento gofre, que me hace dudar sobre a donde dirigirme, pero el destino me había preparado una no tan grata sorpresa, mi madre me estaba llamando desde mi cuarto.

Tras quince años viviendo en esta casa, he podido llegar a dos conclusiones acerca de mi madre: la primera; es más pesada que tu suegro en una comida familiar y la segunda; que es totalmente impredecible.

Dado el paraje desde el cual me estaba llamando supuse que me echaría la bronca, una vez más, por no haber recogido mis objetos personales, que como de costumbre se encontraban desperdigados por la habitación, pero la razón era totalmente diferente, entre al cuarto ya mentalizado, pero al ver el martillo que mi madre sostenía sobre su mano me asuste un poco, temiendo que lo utilizara como arma, pero ella empezó a hablar y dijo con un tono animado.

Se me ha ocurrido una idea, vamos a abrir un pequeño hueco en la pared.

Ay dios, mi madre y sus locas ideas, que por suerte no son muy abundantes, hasta ahora todas sus ideas tienen una cosa en común molestar a mi persona, entre las más recordables se encuentran la de poner un pestillo al armario, con el objetivo de que no comiese nada de lo que este alberga, o de la de poner una cámara en mi cuarto para que me concentrase mientras estudiara, idea que por suerte no ha sido realizada hasta la fecha.

Sin otra opción tuve que coger el martillo y empezar a romper, al principio costaba, pero mediante más picaba más fácil era, tras una hora de duro trabajo vuelve mi madre y me dice.

No me gusta como ha quedado, vamos a tener que volver a taparlo.

Dejo el martillo en el suelo e inmediatamente huyo de allí, por temor a que me haga taparlo, me pongo de nuevo en la entrada y vuelvo a mirar hacía los costados, la merienda ha sido zampada por mi gata y el sofá ocupado por mi padre, me decido, doy un giro de ciento ochenta grados y salgo por la puerta, ¡dejadme en paz! 

ODIO ODIAR TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora