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- En formación.

Me había preparado durante toda mi vida para ser soldado. Mi abuelo Anthony fue el primero, llegando a ser clave en la guerra y conseguir tantas condecoraciones como soportaba la solapa de su chaqueta. El segundo fue mi padre, Arthur Galitzine, quien ahora era el comandante general de la base militar donde me encontraba; aunque se pasaba más tiempo viajando entre bases para supervisar que estar allí, dicho lo cual, era un alivio. Al menos cuando no estaba cerca, me permitía respirar con normalidad.

Por lo tanto, el tercero en el legado familiar era yo; Nicholas Galitzine.

No es que esta vida me ilusionara, pero era lo que mis padres habían querido para mí y para lo que llevaban toda mi vida preparándome y educándome.

Para esto y para formar una familia, por supuesto.

- Soldado Nicholas, otra vez en las nubes.

- Disculpe, mi sargento.

- Diez vueltas al campamento; ahora.

Puse mis ojos en blanco y salí a correr.
No era lo que se decía un soldado modelo; casi siempre llegaba tarde a la hora de formación o me distraía con facilidad durante las clases o los entrenos, pero si que era el más rápido y tenía una destreza natural con las armas.

- Nicky, siempre andas igual...

Y ahí, corriendo a mi lado por decisión propia, estaba el motivo de mis ensoñaciones.

- ¿Qué haces, Max?

- Correr contigo.

- Eso ya lo veo, vete con los demás, no pierdas el tiempo.

- No voy a ninguna parte sin mi compañero.

Max era mi mejor amigo y esa afirmación era la misma que debía repetirme a mí mismo varias veces al día, los siete días de la semana. Era mi compañero en batalla aunque todavía no habíamos asistido a ninguna, pero ya nos habían asignado ese papel; yo sería su sombra y él sería la mía. Era alto, atlético, moreno, de mi edad... y endiabladamente guapísimo.

- Es en batalla donde no me puedes abandonar - dije con un atisbo de sonrisa amenazando con salir de mis labios.

- Yo no te abandono en nada, Nicky.

Nicky. Era escucharle decir aquello... y un revoloteo inquieto mover mis tripas. Llevaba tanto tiempo sintiendo aquello, que ya no recordaba cuándo comenzó todo.

Se había olvidado cuándo comenzó a quedarse más tiempo del recomendable observando cómo su compañero hacía sus ejercicios a primera hora de la mañana. O cómo le caía el agua de la lluvia en una mañana de carrera, por su pelo rapado tan oscuro como sus ojos. Ya no recordaba cuándo había empezado a rememorar cada mínimo detalle: como por ejemplo lo mucho que le gustaba el café solo o su odio intrínseco al puré de patata que solían comer todos los jueves en el campamento.

Lo miré intentando no sonreír pero fracasando en el intento; Max era lo mejor y lo peor que me había pasado nunca.

Era la persona en la que podría siempre confiar, incluso mi vida sin lugar a dudas. Era quien mejor me conocía, puede que más que Bea, mi hermana mayor. Max era la persona más bondadosa y amable que había conocido nunca; lo supe desde el primer momento que compartimos habitación hacía ya casi cinco años, cuando ambos entramos en la escuela militar con quince.

Pero también era mi propia y secreta maldición.

Max me tocaba y mi cuerpo temblaba en una necesidad imperiosa de querer hacer con él lo que bien sabía que jamás podría. Él era un recordatorio continuo de lo no se me permitía tener jamás.

Waterloo | Taynick | Taylor Zakhar & Nicholas Galitzine Where stories live. Discover now