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IGNI

Secándose las manos después de lavar una considerable cantidad de platos que habían manchado sus dedos con grasa, Ignacio se apresuró en atender un mensaje que le había aparecido de manera repentina en el celular: una noticia con un símbolo de emergencias, que aparte de solicitarle un pedido de entrada, le destacaba una reciente noticia:

"ÚLTIMO MOMENTO: A falta de la presencia de Igni, dos escoltas provisionales y una Guardiana suplente fueron enviados al punto de vigilancia que, tras dos instancias declaradas del sr. Vallefuente acerca de una interferencia de La Orden interceptada en la radio de la zona, estarán en el lugar a partir de las 9hrs"

—Hijo mío, ¿estás preparándote para meterte en otro problema? ¿No querés pensar en las ganancias que vas a hacerle perder a nuestro negocio? —Leandro irrumpió con un empujón a la puerta, adentrándose entre el aroma humeante a aceite quemado y migas de pan dispersas en la mesa —Si querés dinero, quedate por el público que espera tus platos, Ignacio. Ellos te quieren. Vivir preocupado por lo que pasa afuera no es nada bueno.

—Voy a retirarme por una emergencia, Leandro —reclamó en un resoplo, a la vez que dejaba los pañuelos con los que limpiarse y revoleaba unas camisetas del armario con tal de encontrar el grueso spandex que utilizaba bajo su traje —No puedo quedarme aquí sin ayudar a la gente que corre peligro en las calles.

—¿Y qué pasará con el Restaurante Ocampo, entonces? ¿Me tendré que encargar de todo por ser un viejo nomás?

—Vamos a hacer lo posible por sacarlo adelante, padre. Una cosa no elimina a la otra.

—¿Vos querés abandonar tu buen trabajo?

—Aunque me cueste ganarme la plata, prefiero que me den un mal pago antes que dejar morir a una persona en un segundo trabajo. Y no, no quiero perder lo que aprendí de vos. Solo quiero que reconozcas que por eso soy un Guardián.

—Hijo mío, eso es tomar decisiones graves. No sabés si el ser Guardián, como una vez lo fui yo, te va a ser fácil en estos tiempos, considerando que mi vida corría peligro también desde que La Orden fue allí...

—¿Hablabas de Fer? ¿verdad? —inquirió con pocas ganas.

—Mejor no hablemos de él, Leandro.

—¿Debería quedarme solo a trabajar? ¿Te olvidaste de que vos también estuviste en mi trabajo antes?

—Por tu propia seguridad y la economía, sí —Leandro reafirmó con otro carraspeo dificultoso, al mismo tiempo que sus manos reposaron sobre los hombros de su hijo por un rato —Confiá en mí. No en otros.

Ignacio, exhausto, se deshizo rápido de su padre abrazándolo y retornó a ordenar los platos recién lavados. La canilla, aunque no estaba abierta, había dejado una sensación espesa dentro del lavabo. No parecía serle un problema, puesto que limpió y fregó antes de regresar a las palabras de su padre, quien le rogaba que le prestara atención.

—Ignacio, escuchame... No te hagas el tonto.

—El dinero no es mi prioridad —Ignacio le reiteró, acercándose a la puerta de salida y tironeando el picaporte, no sin devolverle la atención a su padre —Me iré por un rato a hacer lo que tengo pendiente. Primero, la seguridad. Después, ser uno mismo. Así funcionan las cosas.

—Por favor, no te vayas. Menos hoy ¡La gente se va a quejarse de vos!

—Me retiraré, papá.

Al abrir la puerta, oyó los gritos de alegría de una niña, e intrigado, se quedó esperando a que apareciera. 

Guardianes de la AscensiónWhere stories live. Discover now