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Terminando de acomodarse el antifaz al salir de la residencia, Cristal se mantuvo en alerta constante junto a dos escoltas integrantes de La Orden, entre los que se encontraba Sombra

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Terminando de acomodarse el antifaz al salir de la residencia, Cristal se mantuvo en alerta constante junto a dos escoltas integrantes de La Orden, entre los que se encontraba Sombra.

Si bien seguía a espaldas de su líder, con quien había tenido una pelea en la noche anterior, no dudaba que esta misión sería la que diera un punto final a la búsqueda de la Daga del Éter.

Al menos era el último de los designios que le quedaba asegurado. Y justo a la vuelta de la esquina, la esperaba dicha última oportunidad para salvarse a sí misma: La Sede.

Desconocía el hecho de porqué aquel objeto le era tan codiciado. A duras penas sabía que se trataba de una fuente de poder extraña, una que se llamaba Etirium. En otras palabras, un metal poco visto y bastante codiciado, como Igni se lo había contado. Más allá del término latín, solo sabía que, si no la robaba, el castigo de Llamarada iba a pisarle los talones.

—¿No te olvidaste de los pads? —indagó Sombra al seguirla detrás del pequeño grupo, al mismo tiempo que estaba reajustando los botones que tenía incrustados en las huellas de sus dedos —Son bastantes importantes para que pasemos desapercibidos al lado de nuestros enemigos.

Ella afirmó con la cabeza.

Los pads a los que Sombra refería, eran botones incrustados en los dedos y que desconectaban todas interferencias posibles con cualquier variedad de metales o químicos. Eran lo más común que los Trascendidos y Guardianes adquirían por igual, aunque éstos últimos las obviasen al permitírseles el uso irrestricto de sus habilidades.

—Sí los tengo puestos, ¿pero no te preocupa más encontrarte con un montón de personas que puedan matarnos?

—Eso no importa, lo que me interesa es que lo que nos diga el líder funcione.

Mientras sus avances la aproximaban cada vez más al sitio destinado, Cristal se encontró con un sinfín de carteles pegados sobre las paredes que anunciaban la sucesión de un heredero de los Guardianes y oyó el alarido emotivo de las personas que se encontraban distanciadas detrás una enorme valla a tan solo tres cuadras a la redonda. El olor a humareda, café tostado y aerosol no se hicieron de esperar, haciendo que su curiosidad aumentara.

Sin perder su objetivo deseado, caminó a pasos silenciosos, y en cuanto sus pies hallaron un fino pavimento más pulcro que el de las calles de su residencia y las vallas que aislaban la Sede de Guardianes del público, se detuvo con frialdad a observar el colosal edificio que se interponía en medio de la cuadra.

Era una construcción majestuosa y amarillenta, bastante porteña, mucho más que los que había presenciado a los alrededores de otras plazoletas y el barrio donde solía vivir. Una multitud de civiles, enfrascados en aquel rincón, colmaban las puertas entradas con una visible desesperación en sus rostros.

Algunos parecían saltar encima de la entrada bajo el propósito de escapar y generaban estallidos de monedas en el aire con sus manos. Otros, en cambio, lloraban de alegría, celebrando. Los equipos de prensa se arrodillaban frente a los invitados, clamándole honor y sacándole fotos a otros de los Guardianes que lo saludaban.

Guardianes de la AscensiónWhere stories live. Discover now