Prólogo

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10 años antes, Capital de Buenos Aires

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10 años antes, Capital de Buenos Aires. Año 2027.

Un solo abrir de ojos bastó para que se percatara de que se encontraba perdida.

Era la primera vez que presenciaba una situación de esa índole, que cuatro paredes teñidas de luces amarillas la rodeaban junto a una mesilla repleta de vendas y botiquines curativos y que no lograba entender cómo había acabado en un lugar tan solitario.

Finas gotas de escarchas danzaban sobre los dedos de la niña a su vez que su rostro se veía cubierto por un manto blanquecino. Una diminuta gota de sangre cubría su meñique como una mancha, dejando al descubierto una marca en forma de hoja de árbol mientras trataba de hacer un esfuerzo por sentarse en la camilla.

El escalofrío le invadía el pecho y las piernas acalambradas dificultaba sus movimientos, por lo que respiró hondo y observó a su alrededor, confundida tras el fuerte eco de una voz femenina que llamaba a su nombre en la entrada a la habitación.

Todo lo que aún podía recordar antes de su adormecimiento, eran las huellas de polvo oscuro que había avistado en una vereda antes de que sus padres desaparecieran y no volvieran a encontrarla después de haber salido de su escuela. El grito de su madre y el cómo se veía obligada a abandonar el pequeño coche ni bien un hombre enloquecido, de rostro cubierto por un antifaz, se acercaba a ella con la presunta intención de destruirla, solo quedaba en una profunda sensación de angustia que no podía quitarse de encima.

—Laila, tus padres murieron —la mujer le habló otra vez, abriendo por fin la puerta —La única opción que tenés ahora es pedirle ayuda a alguien. No hay otro modo de reparar esto. Lo siento mucho.

Laila no ignoró al completo las palabras de aquella mujer ni bien mencionó la situación real en la que se encontraba. Ladeó la cabeza de un lado a otro, forcejeando contra el dolor y agarró sin pensarlo un baúl de pañuelos, el cual se encontraba aproximado al costado de su camilla. Se secó las lágrimas que se le resbalaban de manera involuntaria, soltó un chillido y terminó reincorporándose en el aposento, por fin en una postura cómoda.

—¿Sos la mujer que me dijo que mis padres no están aquí para acompañarme? —le interrogó con una voz temblorosa, y la doctora solo ladeó la cabeza a un lado, nerviosa —Espero que no sea verdad, que no lo sea... Ellos deberían estar bien.

—Lo siento mucho, pero es la verdad. Te lo había dicho antes de que te durmieras, pero como supe que no lo escuchaste bien, te lo repetí de nuevo —Ella respondió sincera, con su rostro todavía lleno de preocupación —Esto es común que pase, hay muchos conflictos con los Ascendidos.

—¡No puede ser! —Laila exclamó, y unas lágrimas salieron de sus ojos, ocasionándole un dolor repentino en los ojos, que casi se sentía como una inflamación —Entonces es verdad. Seguro que habrá sido alguien desconocido el que haya hecho esto.

—Estás en el punto correcto, Laila —la mujer se dirigió de nuevo hacia ella, apoyando su delicada mano enguantada sobre su hombro izquierdo cubierto por una diminuta venda que a duras penas dejaba ver los moratones —Es alguien no identificado. Muchos creen que se trataba de un Vigilante, una especie de defensor ilegal, pero otros me dijeron que era un Trascendido. Pero ni yo ni ninguno de los Guardianes pudieron averiguarlo bien.

Guardianes de la AscensiónWhere stories live. Discover now