11

6 1 0
                                    

A pasos estremecidos debido a la fresca bruma que empezaba a caer sobre las calles, Igni auxilió y acompañó a Laila hacia una ambulancia para atenderla. El automóvil se hallaba oculto tras un paraje poco lejano de la vieja Plaza de Mayo, casi dando una vueltita por la conflictiva Plaza de la Revolución. A diferencia del segundo lugar, las cafeterías solitarias dejaban entrever el apacible vapor del café acompañado de una suave melodía acústica de un rock argentino que sonaba por los alrededores.

La ciudad recién abandonaba el caos que se había convertido por horas, y aunque el ambiente empezaba a apaciguarse, las alarmas de las ambulancias continuaron sonando por los albores mientras Igni abandonaba la vereda repleta de pinos que le provocaban incomodidad en la nariz debido al olor intenso.

Tras la pelea, se colocó un par de venditas sobre el brazo que le ardía tras los moratones feroces que había esquivado a pesar del roce. Aún no podía sacarse de la cabeza la sensación amarga de los golpes que se habían amortiguado sobre su piel como si unas garras lo hubiesen arañado, mientras que los restos de lluvia que humedecían su cabellera tampoco favorecía su estado de ánimo.

Salió del lugar, conduciendo el automóvil con lentitud hacia la Sede sin que ninguno de sus compañeros se enterase de su andar. Supuso por un momento que ellos lo habían abandonado tras haberse quedado a pelear con un grupo de Trascendidos, y que tampoco se estaban interesando en darle una mano como un sucesor.

Al menos prefería considerar en que no iba a reencontrarse con ellos hasta pasadas unas cuantas horas.

Sin embargo, cuando llegó al lugar, su respiración pasó a agitársele un poco. Sudó de una leve desesperación, pensando en los largos recorridos que le había tocado realizar en el transcurso de la sucesión interrumpida, todo por vigilar a la plazoleta en medio del peligro, de las multitudes agolpadas creando un bullicio inentendible y chequeó los botiquines para que se asegurara que la joven herida se encontrara bien.

—Al menos cumplí mi trabajo —Igni se dijo a sí mismo, secándose el rostro empapado de sudor con la manga de su chaleco en cuanto detuvo el coche —Así que espero que mi padre sepa que merezco ser alguien como él.

Por un rato efímero, pensó con temor en la mínima posibilidad de encontrar a la chica frígida, sin señales de vida, yaciendo en el coche donde la había llevado. Si sucedía eso, sabía lo que le esperaba: Una renuncia, o peor, una condena inmediata.

Entre las reglas que siempre acechaban a los Guardianes desde las penumbras, se encontraba atender rápido a las víctimas de los accidentes y evadir a los que poseyeran una marca de nacimiento en forma de hoja deforme. Aunque siempre trataba de memorizárselo, le terminaban dando la sensación de tragarse sus propias acciones y de querer largarse a llorar.

«No vuelvas a tratar de discutir por algo que es obvio, ni tampoco te atrevas a rescatar a una Trascendida, por poco peligrosa que parezca ser» eran las palabras de Forte Ignito, su padre, que les había sido dejadas en manos suyas para que él las cumpliera.

—Ojalá esto no acabe con mi buena imagen —se dijo a sí mismo, sacando unos bolsos para apoyarlos sobre la manija de la camilla —A veces papá tiene razón. Los mejores consejos vienen de él.

Trató de no pensar en Cristal y de no relacionar el desastre ocurrido con ella. Le era inevitable. No había vuelto a ver a aquella ladroncita desde hace semanas. Era como una incógnita, ¿ella quería involucrarlo en algo más que dejar un cargo indeseable? ¿o tal vez él había sido víctima de una farsa?

Cristal era un nombre ficticio, que, como el suyo de Guardián, podrían ser paralelos de cualquier persona del mundo, incluso de una leyenda y que encubrían sus caras verdaderas. Los convertían en seres poderosos e irreconocibles, aunque también en opuestos sin rastros.

Guardianes de la AscensiónWhere stories live. Discover now