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La distracción no duró demasiado para Igni al notar el rápido movimiento de la muchacha

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La distracción no duró demasiado para Igni al notar el rápido movimiento de la muchacha. Reaccionó con el surgir de las flamas que flotaban en su mano como una advertencia, junto con el crujido sobre la zona de terracota, mientras que la multitud no paraba de gritar por debajo de las tiendas.

Cristal se desplazó en dirección a su contrincante, dejando atrás una gruesa línea de escarchas que crecían como espinas para al fin saltar a otro techo. Él se detuvo y soltó una leve risa burlona al ver el obstáculo helado ante sus ojos. No perdió el tiempo y disparó una bola de fuego con sus dedos, que colisionaron contra la débil barrera.

—Qué mujer tan atrevida —se murmuró a sí mismo, ajustándose su antifaz —Así que no estás mintiendo. Solo estás peleando por tu propia gente, los Trascendidos.

Cristal soltó un suspiro y se levantó del suelo tras observar cómo las espinas de hielo que había creado se desplomaban a su alrededor, formándose pequeñas lagunas sobre el tejado. Presionó sus labios a modo de contener su enfado y corrió hacia delante.

—Lo estoy haciendo para salvarlos y para entregarles el objeto que les da poder —ella le respondió —No lo estoy haciendo por fama, Guardián. Lo estoy haciendo porque se lo merecen.

Igni la miró con tono desconcertado, pero procuró seguirla sin perderle el paso. Cristal saltó por encima del otro tejado, en un intento de distraer a la gente emocionada. Pero al tratar de alcanzarla con otro disparo, las chispas se estrellaron contra las heladas estructuras que se dispersaban como restos de agua, humedeciendo sus pies. Él estuvo a punto de caer al vacío, pero saltó al haber mantenido su equilibrio sobre las texturas.

Se incorporó, jadeando, y le hizo frente a la Trascendida, empujándola. Cristal cayó de espaldas contra el tejado y chilló de dolor, pero aprovechó el momento para fingir que estaba herida, incluso si sus oídos seguían siendo aturdidos con los imperantes gritos que reinaban las calles.

Ella recordó que la manipulación de su Eterquimia no era muy buena debido a las limitaciones del ambiente. Por suerte, tenía la extraña daga que Noe le había obsequiado, atada en la cadera izquierda. Apretó sus dientes y todavía estando en la misma posición, desenvainó en silencio el arma que llevaba, con la única intención que tenía en mente: Acabar con Igni para salvar a La Orden y recuperar el objeto que Llamarada le había pedido.

Igni volvía a dirigirse al público, distraído en su propia sonrisa falsa, pero era una costumbre para él y para todo aquel que fuera un Guardián. Serlo, significaba más que proteger a una ciudad, o incluso a una nación entera: También era asumir la fama con la que debían de cargar.

Soltando un suspiro intranquilo, Igni se dio la vuelta y observó a Cristal llevar la daga en su mano marcada. En respuesta, sus ojos azules se encendieron como cuando se encontraba en las veredas y solo dicha reacción bastó para que ella retrocediera de nuevo. Eran señales de una amenaza, de que él no estaba para jugar como un niño.

Las piernas de la muchacha temblaron en un vaivén de incomodidad, pero no pensaba en rendirse ante una persona poderosa.

«Los Trascendidos me necesitan. Si gano o pierdo, nadie me quitará lo que luché por mí y por ellos» volvió a repetirse para sí misma una vez más.

Cristal creía en la idea de que ninguna persona que perteneciera al mismo bando que Igni podría ser buena. Solo bastaba con recordar la memoria que arrastraba una y otra vez del momento en que había sido ignorada al perder a sus padres. Solo eso era capaz de darle las ansias de justicia propia.

Aprovechando que el joven iba a hacer un movimiento defensivo tardío, obstaculizó su paso con un salto. Dibujó en el aire una rápida estrella imaginaria que luego se transformó en una explosión de escarchas heladas que volaron sobre Igni, ocasionando que casi se resbalara una vez más.

Pero la pelea todavía no terminaba. Las personas que rodeaban la zona, enfadadas ante las constantes defensas de Cristal, se juntaron a silbar, a reírse y a insultarla.

Igni jadeó, inhalando aire. Presionó sus manos apenas apoyadas en el tejado y volvió a levantarse. Sus ojos comenzaron a emanar un agresivo destello azulado, que junto a su cabello oscuro le daban una apariencia descuidada pero e intrigante: Algo perfecto para demostrar que no se dejaría vencer ante una desconocida.

Cristal estudió rápidamente su postura en ese momento: Si bien había logrado levantarse, lo veía debilitado, ya que el azufre era limitado para los Quemadores, pero tenía chances de que la matara, si no fuera por el hecho de que estuvieran encima de unas tiendas.

Igni dejó que unas diminutas chispas de azufre brotasen de sus manos, creando otro movimiento hacia donde se encontraba la Trascendida. Ella se esforzó de manera tosca, apenas esquivando el nuevo fuego de aquella maniobra de Igni cuando sintió el calor invadiéndola junto al humo que le tapaba la vista. Tosió, pero sostuvo la daga que tenía en mano y corrió hacia su dirección.

Estuvo a punto de apuntar la daga hacia su cuello como si fuera a matarlo, pero no lo hizo. Al contrario, la arrojó contra la terracota, provocando un crujido seco. Él, a diferencia de antes, no le dirigió la mirada, aunque decidió tomarla de las caderas.

Cristal podría haberle pateado el trasero al saber que se trataba de un Guardián y no de un civil, pero decidió reprimir su enojo. Sin embargo, Igni solo se mantuvo inmóvil, a pesar de los intentos de Cristal por deshacerse de él.

—¿Qué deseas ahora? ¿Disculparte por esta pelea tan inútil? ¿O quizás deseabas matarme? —ella reclamó, mientras seguía esforzándose en alejarlo.

—No deseo disculpas, ni tampoco vine a matarte —él susurró, algo avergonzado —solo vine... A darte una lección. Deberías de haberme obedecido antes de tratar de saltar la línea del incidente.

—Obvio, dar lecciones... Como si adivinaras que solo quería distraerte.

La multitud se inmutó. Cristal aún lograba escuchar a lo lejos los susurros amenazantes de las reporteras de diarios contra Igni y ella. Si él resultaba ser un traidor, iba a tener un castigo.

Ella contuvo las ganas de seguir en la pelea y pegó una vuelta, colocándose de cuclillas ante el horizonte nublado que avistaba a lo lejos de la ciudad. Igni la miró, solo llevándose una mano a la cabeza y lamentándose ante lo sucedido.

A lo lejos, Cristal captó con sus oídos una voz masculina familiar, dándose cuenta de quién podría estar esperándola. Era la de Sombra, quien había permanecido oculto entre el murmullo de las personas. Se encontraba sentado, cabizbajo, cerca de los otros integrantes que integraban a La Orden. De casualidad, llevaba la capucha oscura y nadie (al menos por el momento) parecía haberlo delatado.

—No deberías de haber hecho este desastre, Cristal —Sombra carraspeó, pero su voz apenas se notaba debido a las charlas constantes que las personas tenían a su alrededor.

Sabiendo que su compañero se encontraba allí y que la llevaría de regreso a donde se encontraba el líder, Cristal se estremeció y los escalofríos casi se apoderaron de ella. Pero no se iba a dirigir hacia las veredas donde veía que Sombra se encontraba esperándola.

Cristal dio un giro contrario y se alejó, bajándose del tejado, distrayendo al público al internarse en aquella neblina que todavía bajaba del cielo para caer sobre la húmeda textura de arcilla.

Igni la perdió de vista, pero no quería dejarla marchar sin siquiera decirle adiós, por lo que también se alejó, siguiendo un camino similar que se ocultaba por detrás de los edificios.

Guardianes de la AscensiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora