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La amenaza no podía significar más que una advertencia: Si no lograba cumplir con lo estipulado, moriría a manos del líder

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La amenaza no podía significar más que una advertencia: Si no lograba cumplir con lo estipulado, moriría a manos del líder. Y lo que Cristal menos quería, era perder la vida.

Cristal fingió estar de acuerdo con las palabras de Venenosa al asentir con la cabeza, mientras que Sombra no sabía cómo responder ante la situación.

Entretanto, Llamarada solo se entretenía sosteniendo un mapa viejo y amarillento de las provincias, cuyas hojas parecían ocultar algo de información. Cristal fijó su mirada hacia las hojas finas y secas, en donde observó el trazo suave de unas calles, señaladas entre varias ciudades, que mostraban el destino a una parte interesante: La Sede de Guardianes.

—¿Estás planeando algún atraco especial hoy? —Sombra se dirigió hacia él, una vez que notó como la joven también curioseaba lo que se hallaba entintado tras esas hojas, entusiasmada ante los dibujos.

Llamarada oyó sus palabras y se jactó al verlo con rostro tan desconcertado.

—Bueno, niño, aquí está el recorrido que deberíamos hacer —Llamarada aclaró, con sus dedos señalando a la plaza central, rodeada de tiendas —Estos Guardianes son bastantes cautelosos en lo que hacen, así que deberíamos tener medidas antes de irnos pronto.

Sombra aguardó no soltar una risa debido a los pensamientos de Llamarada. Ante todo, se veía demasiado tentado en utilizar las monedas de titanio para golpearlo.

—Ellos no son tan poderosos como elegís creer. Quizás lo pensaste así porque solo robaste los objetos de varios para tu decoración.

—Mira, Sombra, te dije que no desafiaras más mis decisiones. No estaré presente, pero Venenosa estará como mi mayor reemplazante —él explicó —Ya que no podría vivir sin la daga sagrada que fortalece mis propias fuerzas, ella los guiará a ustedes para que la traigan a mí de nuevo.

Sombra asintió con la cabeza, pero no lograba recordar ningún metal que se considerase sagrado y desaparecido. Sabía que los Ascendidos, al igual que los Trascendidos, eran personas con habilidades similares, pero a escalas diferentes.

Él prefería pensar de que se trataba de tan solo una mera locura de su parte, pero recordó aquella teoría sobre una lluvia que había contaminado las tierras donde pisaba. En ese caso, existía una mayor probabilidad de que otros metales desconocidos existieran.

Cristal, o mejor dicho Laila, no hizo más que hacer un giro por el respingo que le daba el estante cercano, solo para seguir concentrada en el bello mapa que tenía ante ella. Haciéndose una idea de cómo haría para huir de La Orden para por fin tener libertad, se incorporó de pie.

La idea le parecía tan atractiva como peligrosa. Una voz resonó como un fugaz recuerdo, y esa era la de su líder aconsejándole lo que debía hacer en el momento que salieran para la misión.

«No enamorar al enemigo» era una de esas reglas que le provocaba un cosquilleo nervioso al repetirse una y otra vez en su memoria. Nadie la había querido más en La Orden que aquel chico rubio y quejoso, aunque ni siquiera se interesaba estar en una relación seria.

Guardianes de la AscensiónWhere stories live. Discover now