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LAILA

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LAILA

Las últimas escarchas que emanaron a través de los dedos de Laila se transformaron en líquido, dejando paso a una efímera sensación de calidez que escaló a su pecho tan pronto como sus heridas graves empezaban a desaparecer.

Masajeó sus ojos con dificultad mientras se empapaban de lágrimas. Y al terminar de limpiarse el rostro, se reencontró a sí misma en un ambiente que se asimilaba al que había vivido antes de que un mal la arrastrara hacia La Orden y la convirtiera en su otra identidad, en Cristal. Tiempo antes de que un heredero de las fuerzas del país se encontrara con ella en una pelea.

De a poco, el recuerdo exacto del día del accidente la invadió.

Las paredes se lo recordaban a cada segundo que les dirigía la mirada.

Sangre que se deslizaba por los pavimentos, un automóvil estancado y el parachoques reducido a cenizas todavía se fundían en una imagen nublada, imposible de olvidar. Y la risotada extraña de un hombre que se asomaba con locura a la tragedia, junto al grito de su madre a la vez que una pequeña Laila rogaba por ayuda eran todavía ecos que la alteraban. Era una sensación de un golpe pasado a sus oídos.

La única diferencia que tenía el cuarto, con respecto al que había presenciado en su niñez, era la brisa de Buenos Aires que empezaba a calmarse en la ventana. Continuó en silencio, notando las paredes blanquecinas, casi todas decoradas con laureles secos y numerosas placas honoríficas que mencionaban lo que pretendía evadir: Los Guardianes.

Intentó huir, y al tironear de la camilla, sus brazos heridos se vieron atajados por la succión instantánea de la jeringa de una bolsa de suero. Atemorizada, Laila tembló con la presunción de estar en un sitio desconocido, y un aire cálido que provenía de las cercanías instó a que se diera la vuelta para contemplar a un chico que venía a su lado.

—¿Cómo te llamás? Me alegro que tu situación haya mejorado —una amable voz masculina le habló mientras se le acercaba para tenderle un saludo —Y si no te sentís bien, te ayudaré.

Exhaló hondo y escuchó su tono de voz. Era tan calmante como familiar, aunque dado lo que había visto en las placas, no pensaba en confiarle. Puso un mohín de indiferencia, y al verle el semblante cubierto por un antifaz, se percató de que, en definitiva, sí reconocía a esa persona: Igni, el Guardián.

—No es necesario que sepas mi nombre. Quiero que me dejes sola.

—Si de verdad estuvieras así, no sería nada bueno para tu salud —él respondió, sentándose al costado de la camilla —Mira, no es importante si querés mantener tu nombre en privado, aunque si es posible, me gustaría escuchar tu testimonio ¿Cómo te sentís?

A pesar de su resistencia en darle una respuesta, Laila lo siguió mirando. No podía creer que él no se había asustado  de su presencia. Aún así, aflojó sus nervios y le respondió.

Guardianes de la AscensiónWhere stories live. Discover now