10

4 1 0
                                    

Sus manos encontraron la principal línea de las rejas, entre los arbustos de pino, antes de proceder a la acción. Ni siquiera el picor de las ramitas que caían sobre sus brazos y humedecían su capucha le impedía acercarse, por lo que observaba con una pequeña sonrisa al rincón, convencida de que la tarea funcionaría.

No obstante, Cristal no se salvó de la vigilancia de Sombra, quien, desconfiado, le comentó al líder sobre haberse desaparecido del grupo. Parecía que la había perdido de vista y eso hizo que se sintiera un poco más confortada a la hora de empezar en sus intentos por atravesar aquel umbral varado repleto de plantas.

—¡Cristal no está!, escúchame, no está ¿Dónde se fue? —Sombra gritó, con una voz llena de desesperación y los puños guardados entre los bolsillos —Hace un rato estaba con nosotros. No me podés negar esto.

Llamarada procedió a empujarle con un codazo y la mujer de su lado sonrió, volviendo a fregarse las garras.

—Adelante, inútil, ¿por qué me desafías? ¿Qué al principio no te preocupabas por ella? Ya vas a ver cómo tendrás que defenderte si te mandás un quilombo. Te quejabas de mí y te inventaste que desaparecía gente, pero ahora vos sos el culpable de un acto así.

—No es justo. Laila me acompañaba desde hace un rato. Y si no te agrada estar conmigo, déjame a mí la situación —se quejó —sé que estás buscando pelea, ¿eh? Con que a Lai... Cristal no le agrada que me discutas, ya empezaste.

—Vete a encargarte de tus propias historias que ni tu padre se creería.

—¡Lo de los desaparecidos es una farsa de tu parte! —Sombra volvió a rezongar. Sus oscuras siluetas de humo, sin embargo, comenzaron a rondar alrededor de él y la fila se inundó de una amarga quemazón de titanio—Si Cristal no está, es tu responsabilidad, no la mía. No soy el que dirige tus tareas.

Cristal rodeó los portones, ignorando la alterada discusión que resonaba desde lejos, casi perdida con el tono de las suaves gotas de llovizna que impregnaban el paisaje de neblina. Con cuidado, tocó la puerta de la Sede. Procuró que su antifaz y guantes estuvieran lo suficiente acomodados al igual que la capucha negra como para pasar de alto, y con cuidado, sostuvo un canasto de comidas. Era uno de los víveres que su compañero le entregaba a menudo después de los hurto en tenderetes abandonados, decidiendo utilizarlo para engañar la seguridad del sitio.

Igni, quien dejó de prestarle atención a las quejas de su padre, decidió permitirle el acceso rápido sobre las escalinatas. Era incapaz de reconocer su rostro debido al enorme jubón y suponía que era una civil más, por lo que se mostraba confortable con su presencia.

—¿Qué necesitás, un poco de ayuda? Me alegro de conocerte —él procuró en darle un rápido saludo a pesar de la distancia —Me parece que venís con donativos para el lugar y eso es bastante lindo.

Cristal espetó una pequeña carcajada tras el elogio. No se lo había esperado para nada y menos viniendo de un Guardián al que se suponía que no tenía que reaccionar de forma divertida.

—Uhm, gracias, ¿nada más? ¿no necesitás dinero?

—No es asunto en la que los ciudadanos deben meterse. Tenemos dinero, tenelo en cuenta —Igni respondió con seriedad, pero agarrando el canasto —Y no te preocupes, mi padre me agradecerá esta caja de comida y sabe que los Guardianes obtendremos ganancias con la próxima recolección de metales de esta semana. Vas a notar una innovación que beneficiará a todos los habitantes.

—¿Es la noticia sobre que, a partir de ahora, las personas que no paguen un impuesto no podrán emplea ninguna habilidad del Eterealismo?

—Así será, para nuestro propio bien... Y la Sede sabe que eso está bien, gracias.

Guardianes de la AscensiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora