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LAILA

Reconoció ser la anteúltima en llegar al rincón que se abría como un círculo vallado por un mural mediano de forma hexagonal, a la vez que la sensación de recelos la punzaba en su pecho al notar que los demás permanecían unidos.

Laila sabía cómo el unido equipo de Cobrizo había usado su Eterquimia para distraerla y alejar a su equipo. En su mayoría, eran perfectos aprendices de manipular pequeños metales desechados para elevarlos por los aires, de manera en la que creaban un escudo compuesto de pepitas de hierro y monedas de bronce, imposible de cruzar hasta que éstos desaparecieran de su frente.

Pensó que buscarles la contraria la llevaría al triunfo, pero con un gran coste, ¿qué sucedería si, en realidad, lo estaban haciendo porque Platino notaba algo conocido en ella, que aún no descifraba?

Asintió en silencio, negándose a no declarar nunca la existencia de una habilidad corriendo por sus venas. Pese a ser un beneficio para su propio bienestar, sabía que pondría en peligro a su cuerpo al no desechar a tiempo los cúmulos de hielo que había absorbido unas horas atrás.

Cruzando por encima de las baldosas superiores que conducían al polígono, notó como ninguno de los participantes prestaba atención a sus movimientos. Apenas discernía en la cantidad de desconocidos, unas risitas triunfantes que nunca se apagaban, los vestuarios extravagantes que nunca salían por fuera de la típica gama de colores de los Guardianes y sus rostros convertidos en un semblante visible a la mitad. Lo contrario a ella, porque traía un traje improvisado y casi roto, una pieza olvidada del armario de Igni que se adaptaba a su gusto.

Excepto Igni, quien se mantenía al lado de Platino con un mohín absoluto de decepción. Contempló por encima de las escaleras de puentes donde los mentores, envueltos entre luces de fuego, proseguían en su labor con los papeleríos, tomándoselo a gracia al quebrar un par de documentos y frunció el ceño.

«Sé que este sistema es una absoluta mierda. Nadie puede terminar con esto. Pero si alguien me intenta arrebatar lo que busco, no va a hacerlo. Nadie me quitará lo que quiero» pensó.

La vista, de a poco, se le difuminó por la concentración de nubarrones grises que empezaban a amenorar sobre el patio en olas vaporosas. Solo pudo oír unas constantes carcajadas de quienes cruzaban delante con sus imponentes apariencias y unos trajes más vistosos que el que llevaba.

—¿Estás en la fila de los últimos, Laila? —un chico moreno se rio a lo lejos, a la vez que levantaba la mano con una gran sonrisa brillante —Você vai se atrasar muito assim, amiga!

—Lo sé, Renato... —le advirtió, replicando su gesto de una manera un tanto desanimada —Tardé un poco más de lo que esperaba.

—Supongo que las expectativas te jugaron en contra, así que, ¿por qué preocuparse tanto? —le sugirió con una carcajada bajita mientras se alejaba de a poco hacia un equipo opuesto, atrayendo una moneda con rapidez —Si fuera vos, me quedaría en casa a ver el entrenamiento en vez de participar.

Laila dio caso omiso a sus últimas palabras. Lo último que notó en él, fue su agilidad de Atraedor que permitía recoger metales del suelo sin que siquiera les diera un mal efecto.

Podrían verse como los más inútiles de todos los habilidosos que manipulaban la Eterquimia, pero era innegable que, con pequeñas piezas de metales, todavía poseían un acceso casi ilimitado, a diferencia del resto de Ascendidos, que debían ser obligados a primero acceder al almacén de enfrente. Aún así, seguían siendo vistos como buenos, no como posibles amenazas.

«El acceso a los metales sigue sin restringirse en algunas cosas» supuso en un vaivén mental «Espero que, si llego a obtener un puesto, tendré algo para encontrar al culpable. Luego salvaré a Noe. Ya estoy a salvo»

Guardianes de la AscensiónWhere stories live. Discover now