Capítulo 23: Pichoncita

764 92 2
                                    

Jugar a las escondidas con Blair Meyer era mucho más divertido de lo que me había esperado al principio

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Jugar a las escondidas con Blair Meyer era mucho más divertido de lo que me había esperado al principio.

De cara al público nos comportábamos como simples amigas: bromeábamos, charlábamos y nos llevábamos bien. En los momentos de despiste de los demás, nos lanzábamos nuestra seña secreta. Como cuando Axel y ella charlaban animadamente en el pasillo y me intercepto al otro lado. Sin apartar los ojos de su mejor amigo, se llevó los dedos índice y medio a la altura del pecho.

Era nuestro pequeño secreto y, por mucho que me jodiera no poder actuar como una pareja con ella en público, tenía que aguantarme las ganas porque se lo había prometido.

Pero cuando estábamos solas ambas buscábamos cualquier excusa para tocarnos: un abrazo, enredar los dedos en el pelo de la otra, agarrarnos de las manos...

Blair me hacía sentir la chica más especial cada vez que nos besábamos. Cada vez que sus dedos me tocaban la piel. Cada vez que de dedicaba una mirada ardiente. O un gesto. Todo en ella me encendía, desde esos labios carnosos, esos ojos brillantes del color de los zafiros y la nariz chata hasta la personalidad explosiva que tenía. Porque Blair arrasaba con todo y luchaba por aquello que era importante para ella.

«Salvo nosotras», pensé con amargura. Por alguna extraña razón no quería que lo nuestro saliera a la luz y, si bien era la primera que disfrutaba de cada uno de nuestros encuentros, me molestaba no poder darle un beso cuando se me antojara. Como cuando le salió mal un examen y no pude consolarla delante de los demás como a mí me habría gustado; solo con un escueto abrazo y un toqueteo por debajo de la mesa del comedor sin que los demás se dieran cuenta. O cuando discutió con su padre por vete-a-saber-qué y no pude abrazarla como habría querido.

Ser amigas con derecho en secreto era una puta mierda.

Pero, por ahora, me bastaba.

Así, el tiempo fue pasando con rapidez y, pronto, cayó la primera nevada copiosa en el valle de la Estrellas Fugaces y todo, absolutamente todo, se tiñó de un blanco reluciente. Nunca antes había visto nevar. En Philadelphia, de donde era, nunca nevaba y tía Adele nunca me había llevado a ver la nieve.

La primera vez que vi nevar en Ravenwood pegué tal chillido que Blair salió corriendo del baño únicamente tapada por el albornoz.

—¿Estás bien, Lena? ¿Qué ha pasado? —me preguntó agarrándome el rostro entre las manos y estudiándome al detalle.

Yo simplemente me dediqué a mirar al exterior, a los copos que caían del cielo como si fueran pequeñas plumas. Señalé el valle con una sonrisa boba en los labios, más contenta que una niña en Navidad.

—¡Está nevando!

Blair me había lanzado una miradita rara, como si creyera que estuviera loca o algo así. No le di mucha importancia, a decir verdad. Empecé a dar saltitos de la emoción.

Como estrellas fugacesWhere stories live. Discover now