Capítulo 16: Los amigos están para empujarte cuando lo necesitas

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Las chicas buenas no estaban tan mal después de todo

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Las chicas buenas no estaban tan mal después de todo.

Con el paso del tiempo me fui acostumbrando a sus manías. Que dejara la ropa tirada en cualquier parte y que rompiera, así, la armonía de tener una habitación ordenada. Que mínimo dos veces al día se diera de golpes contra las esquinas. Que murmurara para sí misma. Que hablara con su tía a diario.

Me acostumbré a tener compañera de cuarto y, ¿quién me lo iba a decir?, no era tan malo.

Los días fueron pasando con lentitud y, pronto, ya estábamos en septiembre. Con la llegada del noveno mes las clases se volvieron más estrictas, más para los alumnos del último curso. Los profesores querían que sacáramos notas impecables para que fuéramos lo más preparados posibles a Matura, la temible prueba que determinaba que si podíamos estudiar la carrera de nuestros sueños.

Salía de la penúltima clase con los libros pegados al pecho y la vista clavada en Axel. Me reía del humor bizarro de mi mejor amigo bajo la atenta mirada de los demás. A lo lejos vi cómo Lena salía de su clase optativa. Valentina iba con ella. De pronto, Finn las alcanzó y los tres se enfrascaron en una conversación muy jovial, o eso pensé al verlo reír.

Desde el inicio de clase, Lena siempre había llevado los leotardos granates del uniforme, y eso que aún no las bajas temperaturas a las que solíamos llegar en invierno. Esa chiquilla se iba a morir de frío, estaba segura.

La conversación que mantuvimos en la biblioteca aquella vez que fuimos a Laketown juntas por primera vez seguí grabada a fuego en mi cabeza. «Me vestiré como quiera, te parezca bien o no», había dicho con tono enojado.

No, no podía ser el frío. Mi instinto me decía que había algo más y yo no iba a parar hasta descubrirlo.

El codazo que me dio Axel me hizo volver a la realidad con un quejido entrecortado.

—¿Se puede saber qué cojones te pasa? Poco más y escupo un pulmón.

Pero él no me hizo ni caso. Seguía el transcurso de mi mirada, posada completamente en esa castaña, en el cuerpazo que tenía. Se había delineado los ojos, que lucían más salvajes gracias a eso, a la sombra de ojos ahumada y a la máscara de pestañas. Se había ondulado el pelo esa misma mañana con las tenazas, lo sé porque las había dejado enchufadas en el baño y yo había tenido que desconectarlas si no quería que el viejo castillo de Ravenwood ardiera tras siglos de historia.

—¿Otra vez mirando a Lena? ¿Hoy solo te la has quedado mirando unas... catorce veces?

—Cállate —mascullé con un gruñido animal, primitivo.

—Te encanta esa chica. Tengo ojos. En la Dulcena del viernes pasado no pudiste quitarle la mirada de encima. Además, llegasteis tomaditas de las manos.

—Solo le estaba enseñando dónde estaba el restaurante.

—No me vengas con esas, Blair. Por mucho que lo intentes, no puedes negar que cuando Lena y tú estáis juntas saltan chispas.

Como estrellas fugacesWhere stories live. Discover now