Capítulo 18: Corazón con agujeritos

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Me sequé una lágrima

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Me sequé una lágrima.

Leí la inscripción de la lápida por centésima vez, la foto de mi madre cuando no tenía ese bicho asqueroso en el cuerpo que hizo que la luz de su mirada se fuera extinguiendo poco a poco. Llevaba el pelo oscuro suelto. Lo tenía larguísimo, hasta la cintura, los tirabuzones que había heredado rebotando como pequeños muelles. Sus ojos castaños siempre habían sido muy transparentes.

Parecía que había pasado una eternidad desde que ella no estaba. Que no escuchaba sus historias, que no la escuchaba quejarse porque me movía mucho cada vez que me pintaba. Que no me abrazaba. Echaba mucho de menos su perfume, el sonido chirriante de su risa.

El cementerio de Laketown no tardaría mucho en cerrar y yo aún no me veía con fuerzas para abandonar el lugar.

Cerré los ojos e intenté imaginar que estaba delante de mí, con su sonrisa deslumbrante suavizando sus facciones delicadas. Sonreí mientras la veía conocer a Lena, compartir secretos sobre la hípica. A mi madre le habría caído bien, Lena la habría conquistado en cuanto esbozara esa sonrisa tan franca que tenía. Intenté recordar su voz, cada día más borrosa por el paso del tiempo.

Me limpié las lágrimas del rostro. Odiaba este día, odiaba que se hubiera muerto, odiaba el puto cáncer que se la había llevado.

Escuché unos pasos a mi espalda, el crujido de la gravilla bajo los pies. Me volví para encarar a la persona que osara irrumpir el descanso eterno de mi madre.

Estuve a punto de atragantarme.

—¿Qué haces aquí, gatita?

Lena no habló hasta que se situó a tan solo un par de pasos de mí. Ya no llevaba la ropa deportiva de esa misma mañana. Vestía en su lugar unos pantalones ceñidos de montar a caballo de color marrón claro. El polo de manga corta a juego tenía el nombre de la academia de hípica de Ravenwood junto a su escudo.

Volví a pensar en lo contenta que se habría puesto mi madre si la hubiese conocido. Era igualita a ella.

—He venido a buscarte. Yo... no sabía que hoy era tu cumpleaños.

Me metí las manos en los bolsillos de la sudadera que llevaba.

—Ya, bueno, yo nunca lo celebro, así que...

—Sé lo de tu madre —me cortó con voz tajante—. Sé que murió unas horas después de tu cumpleaños. Axel me lo ha contado todo.

—Maldito bocazas —mascullé arrugando el morro.

Lena dio un paso al frente, decidida. Tenía los ojos cubiertos a rebosar de una decepción que me provocó un nudo en la boca del estómago.

—¿Por qué no me lo dijiste?

Pateé un guijarro con el pie, sin poder mantener la vista clavada en ella más tiempo. Las emociones que había en sus pupilas me abrasaban, peor que una herida abierta. Odiaba sentirme tan vulnerable, mostrar debilidad ante cualquiera. Blair Meyer no era una princesa en apuros.

Como estrellas fugacesWhere stories live. Discover now