Entre las olas del amor (parte 1).

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Las fuertes olas azotaban el barco, el clima no era favorable en ese momento y sabía que el tiempo era algo crucial. Debía actuar rápido.

Miguel, como pudo, se dirigió a donde estaba la red pesquera. En su cadera, reposaba su cuchilla y en sus manos una linterna. Dejo la linterna en una pequeña repisa, iluminando todo a su alrededor.

Con el mecanismo de la red, estrago a los peces y otros animales del mar. Subiéndolo al bote con toda sus fuerzas. Al momento de que dejara de tocar el agua y estuviera en el bote, un fuerte sonido atormenta sus oídos.

Con cuidado, y tomando su cuchilla, se acercó a la red. Donde provenía ese molesto ruido fuera de lo común. Sin pensar mucho, corto la red. Dejando caer los animales obtenidos a sus pies, pero hubo algo que no espero. Algo que no debía ser real.

Una sirena. Una pequeña sirena de cabello rojo. Una niña llorando desesperada.

¿Acaso se estaba volviendo loco? ¿Los cuentos de los navegantes y náufragos eran reales? ¿Una sirena de verdad?

En toda su vida que llevaba en ese barco realizando investigaciones, nunca imagino algo como eso.

La pelirroja miró a su alrededor, dándose cuenta de su presencia. Con lágrimas en sus ojos y extendiendo sus manos, lo llamó:

─ ¡Papá, papá!

La supuesta sirena se arrastró como pudo hasta llegar a las botas del mexicano. Abrazando fuertemente sus piernas, en un vano intento de sentirse a salvo. Ante esa inmensa sorpresa, O'hara no supo cómo reaccionar.

Al ver que era una cría inofensiva. Tomo ese nuevo descubrimiento entre sus manos, apreciando todo en una distancia prudente a su cara.

Azulados ojos, branquias y piel parecida a la de los peces que él cazaba para estudiar. Todo indicaba que era un animal de leyenda. Incluso hasta tenía cierto parecido con el cuento de la Sirenita. Solo que esta era una bebé, un bebé que lloraba llamando a su padre.

Un fuerte movimiento en el barco hizo que dejaré de detallar a la niña.

Eran pocas cosas que lograban hacer ese gran acto de presencia, ni siquiera un tiburón. Algo andaba mal. Y lo supo cuando ese movimiento se volvió a repetir. Con ello, también un chillido enloquecedor. Y antes de que pudiera hacer algo, otro ruido volvió hacer acto de presencia. Solo que arriba del barco.

Miró a sus alrededores, tomando su cuchilla con determinación. Y eso no valió de nada ante el coletazo que sintió en su rostro, dejando caer a la sirena, aunque sintió que perforó algo con el filo de su arma.

Sintió sangre salir de su nariz y un fuerte mareo recubrirlo.

Se agachó, buscando la cuchilla. Era la única forma de defenderse ante lo desconocido. Se levantó con el arma entre sus manos, listo para atacar, pero entonces, lo vio.

Otra sirena, pero macho. Protegiendo a la otra sirena pequeña mientras que esta gritaba de alegría.

Soltó su cuchilla al suelo, cayendo entre los peces que buscaban agua e intentaban saltar.

Su vida de investigador estaba cambiando para bien.

─ ¡Aléjate humano! –grito con furia, exhalando con fuerza. Dejando de mover su extraña extremidad marina, intentando arrastrarse lejos del barco.

Miguel, aun abrumado, tomo la linterna y apunto a donde estaban. Cegando momentáneamente a las criaturas mitad pez mitad humano. En el suelo, había un gran charco de sangre. Sí lo había herido, pero de gravedad.

Su vida de investigador estaba hecha mierda si moría por su culpa.

Si se iba, todo quedaría en su mente. Para siempre. Y esas sirenas morirían tarde o temprano. El mayor por la herida y la menor por falta de alimentos. No quedaría ningún registro de lo visto esta tormentosa noche en el mar.

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