Quédate.

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─Quédate.

Esa simple y corta palabra era una súplica desesperada que salía a borbotones de su corazón. Su voz transmitía abatimiento y pesadumbre, igual que su llorosa cara repleta de dolor. Sus ojos se encontraban hinchados y rojizos de tanto llorar.

─No puedo... –contestó a duras penas, su entristecida mirada estaba concentrada en el cielo.

Negándose a ver a la persona que tenía a su lado. Si lo hacía, se rompería en mil fragmentos. No quería que lo viera en ese estado de fragilidad absoluta.

Él tenía que ser el pilar de su felicidad... Dado que ese monumento de amistad, que con tanto esmero construyeron, se estaba destrozando en cuestiones de segundos.

─Por favor, Miguel. –vocalizó en un hilo de voz, abrazándolo por la espalda.

El chico tembló ante eso, reprimiendo lo más posible sus ganas de gritar y llorar. Debía ser fuerte para poder superar esa situación.

─Papá ya lo decidió. –dijo con firmeza.

─No quiero que te vayas.

"Yo tampoco quiero irme, me quedaré contigo siempre" quiso responder, pero no pudo. No le gustaba mentir, y menos a Peter. Su único amigo, el único que lo trató como una persona y no como los otros niños de su edad que se burlaban de él.

Ese día se iría junto a su familia lejos de la ciudad, por motivos de trabajo y economía según entendió en la charla con su mamá.

Todo eso lo supo hace una semana, para qué dejará todo en orden antes de irse. Y, sin embargo, en ningún momento pudo decirle a ese castaño. Tenía miedo, no quería irse y dejarlo. No quería estar lejos de él. Sentía que su vida se apagaba de a poco.

Paso toda esa semana buscando de hacerlo lo más feliz posible para que no le dolerá la noticia. Hizo todo lo posible, mas no pudo curar, ni disminuir, esa inminente herida perdurable que se forjó.

En todo ese tiempo transcurrido... Lloro tanto, rogando que todo fuese una mentira y que en realidad no tenía que irse.

─Parker. –le llamó cuando pudo calmarse. ─Podemos hablar en línea. –sugirió, dignándose por fin a verlo.

El contrario negó fervientemente, soltando más lágrimas.

Eso le rompía el corazón a O'hara.

Ambos solo eran unos niños que no querían separarse.

─ ¡Me prometiste que seríamos amigos, Migs! –exclamó herido.

─Lo seremos. –soltó trémulamente, con dulzura lo abrazo.

Sus manos temblaban al igual que su boca, podía sentir la estaca clavada en su corazón. Sentía que iba a fallecer por todo ese mar de emociones contenidas.

─Quédate... –rogó nuevamente.

─No puedo...




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¿Muy temprano para el Angst? Probablemente, sí.

Os quiero.

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