Saudade.

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La habitación se encontraba en penumbra, sumida en un ambiente silencioso y asfixiante.

 Movimientos irregulares y una respiración descontrolada eran lo único perceptible en ese lugar; Peter B. Parker se despertó angustiado, alzándose un poco, del caliente y cómodo lecho, viendo con ojos empozados de melancolía el reloj, marcaba las 2:43 a.m.

Con un suspiro, volteó a ver a su amado esposo y Alfa. Se encontraba en un profundo sueño, cosa que tenía tiempo sin hacer y las bolsas negras debajo de sus ojos eran prueba de ello. Visualizó un poco su alrededor. En el suelo había vidrios rotos, botellas de alcohol, ropa tirada y variedad de cosas a las cuales solo no les prestó mucha atención. Tenía una profunda herida en la pierna, vendada cuidadosamente por su esposo, supuso; y en ambos brazos había raspones y pequeñas cortadas.

Su castaño cabello estaba hecho un desastre. Las oscuras hebras de su cabellera en distintas densidades, formando un claro desnivel en ellas. Su barba estaba mal arreglada, dejando mucho que desear de su aspecto de Omega.

Con sumo cuidado, se levantó de la gran cama. Cojeando un poco y encaminandose a la habitación contigua a la que compartía con su esposo. Abrió con lentitud la puerta, mostrando lo que albergaba dentro del cuarto.

Colores pasteles pintaban las paredes, cientos de juguetes en las encimeras y suelo, un closet lleno de pequeñas y lindas ropas, una cuna colocada a unos pasos de la ventana cerrada con delicadas telas cubriendo la intensa luz plateada de la luna.

Lo más representativo de la habitación era un inmenso dibujo de una araña, realizado por su querido Miles como un regalo para la nueva miembro de la familia O'Hara Parker.

Peter tomó entre sus brazos a esa pequeña envuelta en suaves mantas, con una gran sonrisa. Sentándose en una fría silla de madera dispuesta junto a la cuna, mientras mecía lentamente a su hija, cantando una linda canción de dormir, susurrando bellas palabras...

Bellas palabras que nadie oía, a excepción de su pareja, Miguel. Quien aguantaba sus horribles ganas de llorar, callando los aullidos de su lobo interno.

¿Por qué?... ¿Por qué les tenía que suceder esta desgracia? Ninguna persona merecía ese horrible sufrimiento. Perder a tu hija, ver a tu esposo caer en un espiral descendente de locura al perder a su bebé... Verlo cada día hablarle a un juguete que creía que era su hija...

Soportar su propio dolor y el de su esposo. Su mente llena de recuerdos, recuerdos rotos y empañados de impotencia, desesperación... Simplemente recuerdos que nunca abandonarían su cabeza.

Porque era algo que nunca desaparecería.

Su amado Omega sufría psicológica y emocionalmente desde el día en que perdieron a su hija recién nacida. Los doctores lo catalogaron como "muerte fetal" por complicaciones al momento del parto, inclusive ya había sufrido algunas complicaciones menores durante su embarazo. El médico y psicólogo le recomendaron que lo enviara a terapia para poder ayudarlo a superar su pérdida.

Peter necesitaba ayuda. Ayuda que él, su Alfa, no podía darle. Jessica, Lyla, Miles, Gwen, Hobie y muchos otros Spider-mans lo intentaron. Ninguno de ellos obtuvo resultados.

Las terapias empezaron, pero eso no bastó para apaciguar su dolor. Era inestable. Y se provocaba daño, tanto a sí mismo como a él. Tomaba alcohol en grandes cantidades. Le gritaba e insultaba como una fiera herida. Aparte, creía que un muñeco era su verdadera hija.

¿Cómo podría soportar esa tormenta? ¿Cómo podría aligerar esa aflicción? ¿Cómo podría sobrellevar la angustia? ¿Cómo podría aliviar el desgarrador dolor que llevaba a cuestas el amor de su vida, si no podía con el suyo propio?

No podía. Y eso le atormentaba cada día.

—... Yo sé lo que vi, mi pequeña... -susurraba con delicada y dulce voz. Transmitiendo miles de sentimientos cálidos y felices. Hablándole con absoluto amor a ese muñeco —Sé que estás viva, te vi... -suspiró sintiendo un nudo en la garganta. —Tú te moviste y lloraste... Me miraste a los ojos... Esos hermosos ojos que no pienso olvidar... -el nudo de su garganta estaba bajando hasta su pecho, estrujándolo de a poco. —Sé que estás viva. Miguel también lo sabe, solo está triste porque te apartaron de nuestro lado... Esos médicos te llevaron. Yo sé lo que vi... Mi niña... -sus ojos comenzaron a nublarse por las lágrimas contenidas, cada vez se le complicaba más hablar regularmente. —Tú estás viva, lo sé... Te amo... -en este punto ya no pudo contenerse, gruesas lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas acompañadas de leves sollozos que ahogaba en las mantas que envolvían al muñeco. —Estás viva... Estás viva... Lo sé...

Incluso el Alfa más fuerte, se derrumba en pedazos ante la escena. Cerró la puerta y fue a su habitación.

Su Peter llevaba haciendo eso desde que se enteraron, de la peor forma posible, de que los sueños y anhelos que compartieron entre ambos con su hija quedaron como simples deseos inalcanzables. Como era costumbre, ahogó sus gritos y lágrimas en esas almohadas empapadas.

Ya no eran una familia unida como hace un tiempo atrás. Noche tras noche, añorando volver a esos días donde eran felices.

Miguel solo quería recuperar lo que el destino le arrebató, pero no podía. Y lo que más dolía, era ver a su Omega así.

Por momentos, tenía que aparentar ser fuerte. Lo más fuerte que pudiese para poder superar un poco aquella inevitable pérdida. Lo más fuerte que pudiese para ayudar a Peter. Lo más fuerte que pudiera para no caer en ese abismo.



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Dedicado a:

TintaTurquesa

Miguelnista

Y, claro, a todos ustedes que siguen, leen, votan o comentan mis historias.

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