Caminos cruzados, destino negado (parte 1).

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Para Peter B Parker ser de ayuda era algo importante.

Era solo un Beta, un don nadie. Ser de ayuda era su forma de no solo ser un simple Beta cualquiera, de no ser solo una persona normal sin aroma.

¡Ah, aroma!

Siempre fantaseo con eso. Desde que tuvo conciencia propia, no le importaba si era un Alfa o un Omega. ¿A quién le importaba eso? Con tal de no ser un Beta, prefería ser un Omega o un Alfa.

Los Alfas... Era la punta suprema de esa pirámide social. Todos de pequeños deseaban ser un Alfa. Ser un Alfa demostraba tu fuerza, valor y grandeza. Sin embargo, la realidad era otra, en su mayoría, solo demostraba una bestialidad digna de un animal y los elogios a su género eran patrañas.

Los Omegas... Lo más preciado en la sociedad. Eran considerados deidades de belleza y hermosura, prestigiados de una tersa piel y una cara adorable. Fértiles y delicados, aunque puede que haya excepciones a esa regla... Su aroma era lo más magnífico que podría existir, según los libros que había leído.

Ambos es complementaban simultáneamente. Eran ideales, por eso ellos tenían el privilegió de ser bendecidos con lazos hacia sus compañeros de vida.

Entonces; ¿Qué era un Beta? Nada. Sin aroma, sin la fuerza de un Alfa, sin la belleza de un Omega, sin un lazo que lo une a su destinado. Para lo único que tenían habilidad era para ocultar sus emociones al no tener aroma que los delatará. Y también su concentración a diversas tareas al no tener instintos.

Teniendo eso en cuenta.

¿Cómo era posible que él, un Beta, estuviese siendo manoseado por un Alfa en ese momento? Encima del escritorio y con la ropa alborotada. Además de sus pómulos tintados por el exorbitante calor que sentía.

─Miguel, ¿Ya? –preguntó, mientras miraba alrededor. Tratando de ocultar el inmenso nerviosismo que lo comía a viva piel, pero las atrevidas y vivaces manos recurriendo su cuerpo le dificultaban el trabajo.

Todo estaba casi a oscuras, como siempre. A su petición, todo estaba sellado para que las feromonas del Alfa no afectarán a los demás. Lyla solo esperaba pacientemente a nuevas indicaciones.

─No... –como era de esperarse, se negó.

Volviendo a morder su cuello con fuerza. Marcándolo con ansias, intentando dejar su ser impregnado en él. Mientras que sus manos deleitaban la piel debajo del molesto traje, haciendo presión y dejando marcados sus dedos.

─ ¿Cuántos supresores tomo, Lyla? –volvió a preguntar, esta vez a la nada. Debía evitar pensar en los atrevimientos del contrario, si no, harían palpitar a más no poder su acelerado corazón.

─Un total de siete. No pude detenerlo y se negaba a escuchar. –informó, pero su cuerpo no apareció. Queriendo darles espacio.

Ante eso, Peter hizo una mueca.

Era peligroso esa cantidad, incluso para un Alfa dominante como Miguel. Su condición cada vez empeoraba, estaba necesitado.

Consciente de la magnitud del problema, tomo una decisión.

Sus manos fueron a parar en los pliegues de su vestimenta, bajando más su traje hasta que cayera sobre sus caderas. Dejando expuesta más piel para O'hara, quien tomo a gusto esa invitación. Comenzando a morder nuevamente.

Solo era eso.

Mordidas y más nada.

Tenían un acuerdo, un acuerdo donde solo había una condición... Y era la de no tener sexo. Solo mordidas.

¿Por qué solo eso?

Peter, al ser un Beta, tomo el típico oficio de su género. "Servir" a los Alfas y Omegas. Entro a un laboratorio científico, Alchemax. Experimento e hizo pruebas con el fin de encontrar nuevas formas de ayudar a esos subgéneros superiores. Porque esa era su faena, porque su labor era ayudar.

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