De una forma u otra

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La noche llegó antes de lo esperado y yo me encontraba en la puerta de los Kaulitz con tantas maletas que desafiaban mi capacidad fortica. Cabe aclarar, que más de la mitad de esos bolsos eran de Dani.

—Espera —le dije a ella justo cuando estaba por tocar el timbre—. ¿No crees que es un poco invasivo que me aparezca en su casa de la nada y diga que quiero vivir aquí?

—Bella, en serio tienes que dejar de pensar que eres una molestia —dijo antes de suspirar. Este tipo de conversaciones ya las habíamos tenido más veces de las que nos gustaría—. Eres como una hermana pequeña para Gustav, tienes a Tom encantado, Bill te adora y Georg es un sol. En serio, no les importará —afirmó, tomando mis manos y observándome con esa típica mirada de madre que siempre ponía.

—¿Al menos les avisaste que vendría? —mordí mi labio inferior en un estado de nerviosismo.

—Bill les dijo. Tú tranquila.

Tranquila nada, Daniela. Tranquila nada.

Antes de que Dani pudiera llegar a tocar la puerta, nos abrió la puerta Bill con una amplia sonrisa en su rostro. Su cabello estaba cepillado hacia abajo, contrario a cómo normalmente lo lucía, pero dejaba ver su increíble largo del que no me había percatado antes.

—Bienvenidas, señoritas —nos recibió, levantando dos de las maletas que estaban apoyadas en el suelo—. Mierda, ¿qué llevan aquí? —se quejó al ver el peso de éstas.

—Esas son mías. Ten cuidado, William, lo caro es frágil —exclamó, haciendo a Bill a un lado para entrar al piso.

El pelinegro rodó los ojos, pero llegó Gustav para salvarlo y llevar él mismo las maletas de su novia y subir las escaleras rápidamente intentando seguir el paso de la rubia.

—¿Esa es la tuya? —Bill señaló una más pequeña que estaba en el suelo. Asentí y él la levantó sin demasiado esfuerzo— Después de ti —me dijo, señalando la entrada.

Podría decir que la mudanza había sido incomoda, o que alguno de los chicos había reaccionado mal al verme, pero la verdad es que todos se comportaron increíblemente hospitalarios. Dani ahora compartía habitación con Gustav, lo cual sería perjudicial para los demás y nuestras ganas de poder dormir sin mayores molestias, mientras que yo, bueno...

—¿Arreglaste tu cuarto? —le pregunté impresionada al ver que ya no habían camisetas por el suelo o que la cama estaba perfectamente armada.

—Arreglé nuestro cuarto, sí, me tomé la molestia —se dejó caer en el colchón con sus brazos abiertos.

—Se ve bien —asentí, dejando mi bolso en el suelo y dándole una última repasada a la habitación.

—Oigan, tórtolos —apareció Dani en la puerta detrás mío—, noche de película. Tom y Georg ya eligieron pero, descuiden, no es de terror —fue lo único que dijo antes de volver a la sala de estar.

Volteé a ver de vuelta a Bill, encogiéndome de hombros de hombros como diciendo "No tenemos nada que perder".

En el sofá, Tom estaba recostado con sus brazos en el respaldar ocupando más espacio del que debería. Georg a su lado y Gustav y Dani se acurrucaban en un costado.

Me senté frente al televisor, viendo que la película ya había comenzado. Bill seguió mis pasos, haciendo que nuestros muslos se chocasen por el poco espacio que estaba disponible para nosotros.

Fruncí el ceño al ver lo que estaba pasando en la película.

—¿Cómo dijeron que se llamaba? —pregunté.

—Nymphomaniac, creo —me contestó Tom.

Suspiré. Era obvio que la había elegido Tom. Y sentí a su hermano suspirar a mi lado.

Sí, estábamos pensando en lo mismo.

Pegué mi espalda al respaldar, sin despegar ni por un segundo los ojos de la pantalla.

—Eres un guarro, Thomas —escuché a Dani reclamarle por la escena frente a nosotros.

Por alguna razón cada vez sentía la presencia de Bill más intensa, como si estuviera más pendiente de él que de lo que estaba observando. Tal vez porque no me atrevía a voltear a verlo.

—No es nada que tú y Gustav no hayan hecho.

—¡Qué asco!

Y suspiré otra vez. La rodilla de Bill presionó la mía, o tal vez fui yo y no me di cuenta. Lo único que sabía, es que el ver a esas dos personas en la película hacer lo que estaban haciendo, sentada a un lado de Bill, llenaba mi imaginación con pensamientos que lo mejor sería borrar.

—No puede ser que les prenda ver este tipo de cosas.

—Por favor, rubia. Hasta tu novio está que no puede sacar sus ojos de la pantalla.

—¡No es cierto! ¡Gustav, dile que no es cierto!

Tragué saliva cuando sentí mi garganta seca. De repente hacía un calor sorprendente, solo que en lugar de querer buscar algo para enfriarme, no podía evitar querer pegarme más y más al cuerpo del chico a mi lado.

—Es imposible ver una película con ustedes, son insoportables.

Sentí una increíble necesidad en mi cuerpo de voltear a verlo. Como si alguien me estuviera jalando el mentón para enfrentarlo. Pero en verdad nadie lo estaba haciendo, solo era yo y unos estupidos deseos repentinos, que lo mejor sería ignorar.

Escuchar los sonidos y jadeos provenientes del televisor no ayudaba. Solo lo hacía tres veces peor. Especialmente cuando tu mente es particularmente creativa y le encanta crear diversos escenarios donde estás tú con una persona que no es tu novio, recreando esas escenas comprometedoras.

Sí, necesitaba un vaso de agua.

—Ya vuelvo —dije, levantándome de mi lugar ante la mirada de los cinco chicos más en el sillón.

Caminé con prisa hacia la cocina intentando escapar de una determinada persona que aún no quitaba sus ojos fijos en mi nuca.

Abrí la heladera, saqué una botella de agua, agarré un vaso del secaplatos y, momentos después, estaba bebiendo cada gota como si la vida me fuera en ello. Necesitaba ahogar mis pensamientos y deseos, de una forma u otra.

B&BLAU © [Bill Kaulitz]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant