—Es extraño. —exhaló Félix, confuso.

—Empiezo a creer que no. —prosiguió Helios, mirándolo de pies a cabeza con recelo.

Félix alzó las cejas, mostrándose ofendido con la ruda respuesta de su padre.

—Hijo, dudas del animal que estuvo contigo desde que eras un niño. —repuso el mayor.

—No estuviste en ese lugar, padre.

—Pero no culpo a Ílios.

—No, no culpas a mi caballo, parece que es más fácil desconfiar de los demás. —siseó el menor, con mirada retadora.

—Hago lo mismo que tú —Helios se puso de pie, dando pequeños pasos dirigidos a su hijo— Desconfío de todos, así como tú lo haces de Ílios.

—Es un animal —masculló Félix— No es para tanto.

Su padre lo castigó con el silencio y una intensa mirada, deshaciendo el azul de los ojos del contrario. Aquella simple respuesta lo había llevado a un profundo estado de desconcierto.

—Y pudo ser un accidente, no lo culpo. —agregó el menor, como si de esa forma pudiera quitarle importancia a lo antes dicho.

Helios bajó la mirada.

—Yo tampoco lo culpo. —susurró, siendo intencionalmente sarcástico.

<<Yo también te habría lanzado>>, pensó con amargura, sin ganas de mirar a los ojos a su hijo.

Luego de ese encuentro de palabras con el menor, le quedaron claras dos cosas: Ílios no había sido el culpable de aquel accidente, y el rubio frente a sus ojos se parecía a Félix, pero no sonaba como él.

Había transcurrido una semana, lo que equivale a siete días, ciento sesenta y ocho horas, diez mil ochenta minutos y seiscientos cuatro mil ochocientos segundos

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Había transcurrido una semana, lo que equivale a siete días, ciento sesenta y ocho horas, diez mil ochenta minutos y seiscientos cuatro mil ochocientos segundos. Podía resumirse a una eternidad de completo martirio. Pero ¿qué era el tiempo en el Olimpo? Un tema insignificante para la inmortalidad.

El caso de Hyunjin era diferente, había pasado una semana sin ver a Félix, siete días del suceso en el bosque, ciento sesenta y ocho horas donde la sonrisa del rubio atormentaba su mente, diez mil ochenta minutos sintiéndose traicionado y seiscientos cuatro mil ochocientos segundos pensando en cómo matar a Changbin sin levantar sospechas.

El pelirrojo observaba a Fengári correr detrás de Ílios, por un campo despejado que quedaba bastante apartado del Olimpo y sus dioses. Se hallaba sentado en el pasto, con los codos apoyados en sus rodillas. Su cabello iba suelto, permitiendo que la brisa de la mañana tuviera el control de sus rebeldes mechones. Vestía de negro, con un camisón holgado que mostraba parte de su pecho, y metía dentro de un pantalón de tiro alto. Su mirada era atroz, había perdido toda pizca de luminosidad.

Luna del inframundo | Hyunlix Where stories live. Discover now