Capítulo 28

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En el imponente e inmenso pasillo del palacio de Zeus, Hades avanzaba con paso decidido, con su figura envuelta en una vestimenta negra que oscilaba con gracia a cada paso. La tela de su capa se deslizaba por el suelo pulido, susurrando en un tenue roce que acompañaba la tensión en el aire que lo abrazaba.

Las ventanas a ambos lados del pasillo dejaban filtrar tenues rayos de luz que, al atravesar las finas cortinas de seda, dibujaban delicados arabescos dorados sobre las paredes de piedra, pero su mirada desafiante permanecía inalterable, impasible ante la belleza que lo rodeaba. Sus ojos azules, profundos como un abismo, estaban clavados en las inmensas puertas que marcaban el final del pasillo, nublado por los rumores sombríos y maliciosos que habían guiado sus pasos hasta aquel lugar, en donde había sido convocado por Zeus para hablar de como Hyunjin se había culpado del asesinato de Eros.

Mientras Hades avanzaba con rapidez por el pasillo, Perséfone caminaba a su lado, y aunque su rostro reflejaba serenidad, la pelirroja no pudo evitar desviar su mirada hacia su esposo. En aquellos ojos azules, percibió la rabia y la decepción. La pelirroja comprendía las emociones y la carga que Hades llevaba sobre sus hombros, puesto que se encontraba igual de aterrada y furiosa por el comportamiento que había tenido su hijo. 

Las puertas se abrieron de par en par, como si reconocieran la imponente presencia que se acercaba. Ante sus ojos se desplegó el elegante salón, donde Zeus los esperaba de pie frente a la inmensa mesa del consejo del reino. Hera yacía a su lado, con una mirada saturada de suspicacia, mientras que a otro extremo Afrodita se levantó con sobresalto al verlos entrar, separándose con brusquedad de los brazos de Ares.

Dejando pasar a Perséfone, Hades cerró las puertas a su espalda con un gesto firme, y se apoyó en ellas, permitiendo que una media sonrisa se dibujara en su rostro, dirigida tanto a Zeus como a Hera. Sus ojos, que iban cargados de frialdad y la confianza que lo caracterizaba, se clavaron en los de su hermano, desafiándolo a medida que avanzaba hacia el centro del salón.

—¿Para qué nos has llamado? —preguntó el pelinegro, con voz áspera. 

—¡Todavía te atreves a preguntar! — exclamó Afrodita, acercándose a él con una ira desbordante— ¡Tu hijo mató a Eros! —gritó, señalándolo con desprecio en un gesto acusador.

Perséfone, instintivamente, se interpuso entre ambos, con una mirada desafiante y el mentón en alto. Aunque su rostro revelaba compasión por el dolor de la rubia, no flaqueaba en su postura.

—Te ruego que te calmes. —susurró la pelirroja, esperando que sus palabras pudieran alcanzar el corazón agitado de Afrodita, pero solo obtuvo una risa nerviosa como respuesta, como si sus propias palabras no fueran más que una burla.

—¿Sabes lo que es perder un hijo? — preguntó la contraria, al momento que su expresión se transformaba en una sombría mueca de dolor— No lo sabes, entonces dime, ¿cómo eres capaz de pedirme que me calme?

Perséfone inhaló profundamente, tomando un respiro antes de responder, mientras sus ojos se encontraban en un silencio tenso y prolongado.

—Eros se vio envuelto en malévolos planes y cosechó un destino acorde a sus acciones. —intentó explicar, mirando con recelo a Zeus, pero antes de que pudiera continuar, Afrodita la abofeteó con fuerza, rompiendo el silencio con un acto que alarmó a todos.

Hades, en un rápido movimiento, sujetó con firmeza el brazo de su esposa y la apartó de un tirón, aproximándose a Afrodita con una mirada capaz de cortar el aliento, en donde los segundos parecían ser una eternidad para la rubia que también lo miraba. Todos quedaron petrificados ante la ferocidad y el poderío que irradiaba de aquellos ojos siniestros.

Luna del inframundo | Hyunlix Donde viven las historias. Descúbrelo ahora