Epílogo

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El sonido de los tacos resonaba por los pasillos del hospital mientras caminaba directo a la habitación de la mocosa que estuvo arruinando sus planes.

Había tenido una paciencia infinita e incluso se divirtió jugando con ellos, poniéndolos en aprietos y situaciones que pensó que los debilitarían; sin embargo, jamás creyó que los chicos que vio crecer -a quiénes se encargó de separar y fracturar su relación- se hicieran más fuertes con cada golpe, eso no era lo que planeó y culpaba a Athenea de ello.

«La diosa de la sabiduría», pensó con burla mientras ingresaba a la habitación de la mocosa.

Ugh, pelear con adolescentes era lo peor, eran tan volubles que le daban jaqueca, incluso cuando ella había criado a uno de los doce olimpicos, los problemas que se habían presentado estaban llevándola al límite.

Abrió la puerta de la habitación de la castaña y observó como la tarea que le había encomendado a Afrodita se había realizado con éxito.

«Por fin algo bien hecho», pensó con satisfacción observando a la chica postrada en la camilla y con varios cables sobre su cuerpo.

—Duerme y ríndete Athenea —le susurró en su oído al acercarse— Ríndete y quédate en coma por siempre, porque aunque ahora no te pueda matar te aseguro que si despiertas me voy a asegurar de que desees nunca haberlo hecho —amenazó segura de que la chica la escuchaba.

Sus manos picaban por eliminarla de su camino en ese momento, pero lamentablemente aún la necesitaba con vida, no despierta, pero viva, necesitaba a las doce vivos y con sus recuerdos para poder realizar su hechizo antes de matarlos uno a uno.

***

Hera sabía que su tiempo se había acabado, su cuerpo se lo gritaba por ello no se sorprendió cuando apenas pudo ingresar a su casa apenas regresó del hospital.

Athenea se lo había advertido, que estaba dando más de lo que debía, pero no la escuchó y no se arrepiente de haberlo hecho, ella estaba segura que estaba a horas de que su enemigo viniera por ella.

Dentro y fuera se ordenó tratando de normalizar su respiración mientras se sostenía de uno de los sofá de sala.

«Tú puedes, Hera, tú puedes», se ordenó; sin embargo su determinación esta vez no fue suficiente para mantenerla de pie, por lo que terminó cayendo al suelo sin ninguna gracia.

—Mierda —se quejó tratando de levantarse de nuevo y fallando miserablemente en el intento.

La fuerza de su cuerpo estaba abandonándola en la lucha después de todo y no es que se sorprendiera, había estado dando de su fuerza vital a cada uno de los Olímpicos en sus batallas salvándolos del borde de la muerte, dándoles ese empujón que necesitaban para luchar, protegiéndolos de peligros que no veían y quedándose aparentemente sola para descubrir de una vez quien era la persona que estaba jugando con ellos.

Realizando un segundo intento logró inclinarse lo suficiente para impulsarse sobre su sofá más cercano para sentarse en el mismo.

—Ay joder.

—Te quejas cuando tú eres la que te lo buscaste —dijo una voz sobresaltándola— ¿Sorprendida?

—Tía...

—¿Enserio? —se burló Calliope de ella— Hera, Hera, siempre has estado tan ciega buscando el peligro de otros que no te has puesto a pensar en lo que supone un peligro para ti —le dijo caminando detrás de ella e impidiendo que se volteé aprentado una mano en su cuello— Quieta...

—¿Qué quieres? —le preguntó— ¿Por que diablos te estas aliando con el enemigo si sabes todo?

Hera susponía que ella tenía que saberlo para que se haya puesto en su contra.

Hefesto [Olímpicos mortales #5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora