04 | Sí, no soy la «gran» Diane Reynolds

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Tomo la segunda taza de harina del paquete y la vierto en el boul donde reposan todos los ingredientes secos.

—Dos tazas, ¿No? —cuestiono en voz alta para que pueda escucharme.

—Sí, dos tazas exactas —responde—. Ahora mezcla los secos con leche, cuando estén integrados y no tenga grumos, le agregas dos huevos.

—Vale, vale.

Hago caso a sus indicaciones y voy vertiendo la leche sobre los ingredientes secos sin dejar de mezclar. Ella, mientras tanto, habla con alguien de su lado, una voz que no reconozco pero sé que no es la de su hermano.

Me toma alrededor de casi diez minutos lograr que todos los ingredientes de la mezcla se integren y no queden grumos, unos cinco minutos después ya está lista.

—¡Listo! —grito para que me escuche.

—No había necesidad de gritar, Diane —me regaña y yo me río—. Vierte la mezcla en una taza y llévala al microondas diez minutos exactos.

Sigo sus nuevas órdenes al pie de la letra, después de todo, ella es la experta en repostería. Tomo la taza que antes ya le había cubierto de mantequilla y harina para que mi postre no se pegara y la vertí toda, dando unos golpecitos contra la mesada para que se alineara. Luego en el microondas pongo el tiempo límite y meto la taza adentro.

Cuándo termino de secarme las manos con un trapo tomo mi móvil que lleva desde hace un largo rato en el extremo de la mesada. La llamada ya iba en su minuto treinta.

—Gracias por la ayuda, también por la paciencia de estar con el móvil media hora.

Escucho su risa al otro lado de la línea.

—Tranquila, Didi, cuando esté listo mándame foto a ver qué tal te quedó.

—Y será juzgado a base de imagen por la experta en repostería Mónica Reynolds.

Otra vez, mi prima se ríe.

—No lo negaré.

Del otro lado se oye ajetreo y más voces que desconozco.

—A sido divertido ayudarte, Diane, pero tengo que irme. Estamos ocupados por aquí.

—¿Tú y Miguel? —me aventuré.

—Mi novio y yo —me corrige. Todavía me cuesta procesar que mi prima la apática tiene novio—. Estarás recibiendo una sorpresa de mi parte.

—Uh, ¿Qué es?

—¿Qué parte de «sorpresa» no entendiste, Diane?

—Ah, vale —me reí—. Bueno, la esperaré. Ve a hacer tus cosas, yo estaré atenta al postre.

—¡No lo dejes quemar! ¡Adiós! —es lo último que dice antes de colgar.

Dejé mi móvil otra vez sobre la mesada sin tener mucho qué hacer con él. Miro a Baloo, que tiene la cabeza sobre las patas delanteras, cuando se da cuenta que lo estoy mirando, alza y ladea la cabeza curioso. Sus ojos de dos colores distintos me miran atento.

—¿Quieres comer? —le pregunto, él ladra en respuesta—. Sí, sí quieres comer.

Busco entre los gabinetes de la sala su caja de croquetas favorita. La encuentro en la repisa más alta, lo que significa que tengo que montarme sobre la mesada para poder alcanzarla.

En cuanto la tengo en manos, bajo de un salto que hizo a Baloo ladrar.

Mi estatura no es baja, bueno, no tanto. Si me ponen al lado de Zharick, claro que ella es unos diez centímetros más alta que yo. Si me ponen al lado de mamá, es unos cinco. Si es al lado de Mónica... le gano por dos miserables centímetros.

Una Noche Sin Luna✔️Where stories live. Discover now