09 | Mi vida sería mejor si fuera la de Baloo

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—Metiste la pata, Diane Margaret.

Observo con una mueca como Eros sigue su camino, dudando en si llamarlo para que volviera. Luego ví hacia mí calle, otra vez a Eros que se alejaba poco a poco cabizbajo.

Tenía un debate interno. Una parte de mí decía «¡Ve por él!» la otra, más temerosa de que me regañen por haberme pasado de la hora gritaba acobardada «¡Solo regresa a casa, por favor!»

Y quería hacerle caso a ambas, arreglar mi metida de pata con Eros y estar bien, pero... ¿Por qué quería estar bien con él? No somos amigos y apenas le conozco. Somos literalmente polos opuestos, mientras yo quiero que las cosas sean de una manera, o vayan de alguna forma, él ni siquiera sabía cómo querían que fueran, he incluso que no podría ni hacerlas.

Y es que, ¿Era culpa mía que yo sí tenía una vida planeada y un futuro prometedor?

Mientras que él... ¿Qué? ¿Pasaría su vida pintando y trabajando como un mesero torpe en una pizzería?

Al menos yo sí sabía lo que quería hacer con mi vida. Perdón si él no.

Con esa perspectiva, me di la vuelta y entré a mi calle. Aún me sabía un poco mal el tono que usé con él, sin embargo... ¡Eros se lo buscó! Hacer esa broma fue entrometido, ¡No soy una maniática! ¿Vale? Solo soy estudiosa, ya, es todo.

Me acerqué a paso lento hacia mi casa, sintiendo las palmas de las manos sobre los manubrios sudar un poco. Antes de entrar, miré la hora en mi móvil. Apenas eran las 08:43 pm, no había razón para que mamá me regañara por llegar tarde, si he llegado diecisiete minutos antes.

Guardé mi bicicleta en el cobertizo y subí la escalinata de la entrada, tomé la llave que dejamos papá y yo bajo la maceta y, antes de entrar, despedí un suspiro.

—¡Ya llegué! —anuncié abriendo la puerta y cerrándola con cuidado.

De inmediato, los ladridos de Baloo resonaron por la casa, no pasaron ni diez segundos de que entré cuándo ya mi peludo amigo me estaba saltando encima.

—Hola, amigo —saludé con un tono agudo, acariciando detrás de sus orejas.

Su respuesta fueron ladridos y movimientos de su peluda cola, sus ojos de distintos colores brillaban de emoción al verme.

—¿Me extrañaste? —Baloo ladró—. Claro que me extrañaste, claro que sí.

Papá se asomó desde el inicio del pasillo y me sonrió.

—Oh, hola, Didi. Al fin llegas.

Dejé de darle caricias a Baloo y me acerqué a él para darle un abrazo. Olía a café y donas y un olor parecido a papeles. Papá trabaja en una oficina en el centro como asesor de ventas, a veces le va bien, a veces le va mal. Todo depende del mercado, pero a papá le gusta, por... alguna razón que no entiendo.

Antes de romper el abrazo, dejó un beso sobre mi cabeza. Mis padres siempre han tenido una manía de darme besos en la coronilla de la cabeza, otra cosa que no entiendo.

—Que bien que llegas, tu cena está servida.

Lo seguí hasta la mesa donde ví mi comida tapada frente a la silla donde siempre me siento. Escaneé la sala y la cocina en busca de mamá. No la encontré en ningún lado.

—Calma, tu mamá se está dando una ducha —me había dicho papá cuando notó que la buscaba como loca.

Debo decir que eso me relajó.

Dejé mi bolso, que antes había tomado de la canastilla de mi bicicleta, colgado a un lado de mi asiento. Cuando destapé mi cena, sonreí inhalando el delicioso aroma de espaguetis con albóndigas. La especialidad de papá.

Una Noche Sin Luna✔️Where stories live. Discover now