CAPITULO 57

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Supo que una inmensa guerra de fuego se había formado ahí abajo. Pero no podía regresar. Dentro de sí sabía que Travis y Vero estaba suficientemente preparados para enfrentarse a lo que sea. Y también… podía sentir que el paradero de su chica estaba bastante cerca de ella. No podía detenerse ahora que había logrado escalar dos pisos y nadie había sentido su presencia.

                     

Girando en la esquina, en busca de alguna señal de Camila, observó a un hombre de la misma talla que ella, caminando por el pasillo siguiente. Se escondió, apretando la Glock entre sus manos. Esperó a que ese tipo caminara un poco más hacia ella, para que cuando pudiera pasar por su costado, le pudiera disparar sin problemas.

                     

Y así lo hizo.

                     

Dos disparos fueron a parar sobre el pecho y abdomen de aquel hombre. Sangre a borbotones salía de su cuerpo, ocasionando un gran charco sobre el suelo. Intentó moverse, pero se encontró muerto casi después de cinco segundos.

                     

En medio de varios jadeos llenos de adrenalina, Lauren siguió su camino hacia el último piso, el número cuatro.

                     

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Ella logró dar un salto, cayendo de rodillas sobre el suelo. Quiso llorar pero las lágrimas no le salían. Había encontrado una puerta trasera en medio del bosque, y ahora se encontraba dentro del edificio en donde sabía que su padre se encontraba.

                     

Era una habitación oscura que de inmediato le causó temor. Pero allá afuera definitivamente todo estaba peor. Y tenía algo importante que mostrarle a Lauren. Ya estaba ahí… y no podía regresar.

                     

Inspeccionando a pasos pequeños, Elisabeth abrió con temor la puerta de la habitación, donde una escalera encerrada en cuatro paredes parecía poder llevarla a pisos superiores. El ducto estaba decorado con varios candelabros que parecían haber sido instalados ahí recientemente.

                     

Ella subió despacio. Tomandose del suelo y arrastrando la muñeca que contaba los minutos hacia atrás, proporcionándole menos tiempo para llegar hasta su madre. Menos tiempo para vivir.

                     

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Cuando Vero y Travis empezaban a preparase para lo que vendría a ser una guerra infernal de disparos, alguien disparó continuamente detrás de los cinco hombres que tenían al frente.

                     

Las balas salían continuas. Frías. Directas. El sonido era ensordecedor. Vero y Travis se tumbaron sobre el suelo, cubriendo sus oídos y percibiendo como los hombres caían uno por uno sobre el suelo, derramando hasta la última gota de sangre. Y no quedaba nada. Después de ellos no quedaba nada, más que una mujer que portaba armas hasta en las piernas y tenía fusiles en ambas manos.

                     

El rostro de Travis empalideció.

                     

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