24. Una presencia inesperada

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UNA PRESENCIA INESPERADA

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UNA PRESENCIA INESPERADA

Después de un rato Lolo ha conseguido que todos nos detengamos para poder recoger. Antes de dejar que nos vayamos ruega que nadie se bañe en la piscina sin quitarse todo (harina, Colacao...) de la cabeza.

Yo me despido de Lolo y estoy a punto de ir con la Patofamilia a la piscina, cuando veo un coche entrando en el camping. El problema es que no es un coche cualquiera.

Intento tranquilizarme pensando que puede ser el mismo modelo de coche, pero con otro dueño. Espero que sea así, al menos.

Pero mi corazón se acelera, me quedo sin aire y siento que voy a desmayarme cuando veo sus iniciales escritas en el lateral del coche: B.K.

«Blake. Blake Kalloway.»

Miro al asiento del conductor, cruzando los dedos para que sea una puta coincidencia y que tenga iguales unas letras que yo misma pinté. Mi mirada conecta con la suya. Solo un segundo; y me ignora por completo.

No puedo moverme.

Me tiembla todo el cuerpo, solo tengo ganas de llorar. Estoy a punto de echar a correr, pero Nox aparece frente a mí, que me mira con preocupación. Sigue la dirección de mi mirada, pero el coche de Blake ya ha desaparecido. Vuelve a mirarme, y antes de que pueda preguntar nada me alejo, mientras marco el número de Kait.

—Ya estabas tardando en llamarme.

—Blake —soy capaz de decir.

—¿Qué pasa con el energúmeno ese? —pregunta ella, con un tono de voz mucho más severo.

—Está... está... aquí —susurro por último, tan bajo que no sé si me ha escuchado.

—¡¿Allí?! —exclama al otro lado de la línea. Se oye un golpe al fondo y el sonido de teclas—. Te aseguro que compro el próximo vuelo solo para partirle la cara.

—¡No! No, por favor. Solo necesito que me digas qué hacer.

El ruido de las teclas se detiene. Kait suspira y se queda en silencio unos segundos. Miro a mi alrededor, descubro a Nox a unos metros, de brazos cruzados y mirándome con atención. Me disculpo con la mirada y vuelvo a darme la vuelta.

—Kait—le suplico en un susurro.

—Ignóralo —dice finalmente, con un suspiro.

—¿Cómo... cómo hago eso? Yo... yo no puedo... Si lo veo voy a salir corriendo... Lo sé...

—Lea. —Me callo en cuanto pronuncia mi nombre—. No pienses en él. Ni en lo que hizo. Ni se te ocurra leer las cartas; sé que las llevas en la maleta. Es cuestión de que deje de darte miedo, Lea.

—Pero... pero y si...

—No hay peros. Tienes que enfrentarte al problema, no pasar de él.

—¿Tengo que estar cara a cara con él?

Cuando la luna encuentre su lugar. [✓]Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum