20. Cartas a la madre que no has sido (IV)

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CARTAS A LA MADRE QUE NO HAS SIDO (IV)

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CARTAS A LA MADRE QUE NO HAS SIDO (IV)

Hace un año

Creo que acabo de descubrir lo que es la tristeza, mamá,

Blake está ahora mismo en un vuelo a Londres, donde se quedará hasta Navidad.

Se acaba de ir y ya le echo de menos.

Sin embargo, he pasado el mejor verano de mi vida.

En cuanto acabaron las clases me llevó a la playa. Ni siquiera me dejó ir a casa a coger mis cosas, condujo directamente al lugar en el que nos conocimos. Al principio no me dijo a dónde íbamos, pero yo me di cuenta rápidamente de que a casa no. Todos los días me llevaba a casa o conducía hasta la suya, pero ese día fue en una dirección totalmente distinta.

—¿A dónde vamos? —pregunté emocionada, rehaciéndome el moño.

Él se giró hacia mí durante un segundo, sonrió y volvió a mirar hacia la carretera. Ese gesto me recordó lo mucho que le quiero.

No dijo nada, así que pregunté de nuevo. Hizo de nuevo el gesto de mirarme, sonreír y volverse hacia la carretera. Cuando pregunté una vez más apartó una mano del volante y la descansó sobre mi rodilla. No era la primera vez que hacía aquel gesto, pero aun así me recorrió un escalofrío por la espalda.

—¿A dónde...?

—Al sitio en el que descubrí lo increíble que eres.

Me quedé callada, pensando en todas las opciones. Recordé que por allí habíamos ido a la cabaña en la que pasamos unos días con unos amigos. Pero esperaba que se refiriera a algo más que al sexo.

Me giré hacia la ventanilla y contemplé el paisaje. Los árboles pasaban rápidamente a nuestro lado y las montañas al fondo me indicaban que estábamos saliendo del valle que era Deill.

Tras unos minutos callados, me giré hacia él de nuevo. Él notó mi mirada sobre él y sonrió de lado.

—Es un sitio en el que estuvimos mucho antes. —A veces me daba algo de miedo lo bien que sabía lo que estaba pensando.

—Hemos ido a muchos sitios este año, Blake.

—Lo sé.

—Todos han sido increíbles.

—Pues el más especial de todos.

Me crucé de brazos y me puse a pensar. No estaba segura de cuál había sido para él el día más especial de todos los que habíamos pasado juntos. Yo tenía varios grabados a fuego: el día que nos conocimos, en la playa; nuestro primer beso, junto a la ventana de mi habitación; el pasillo del instituto, donde les dijo a todos que éramos algo oficial; el puente al que me llevó, y me dijo que me quería; la cafetería secreta que me enseñó, donde me mostró la mejor tarta de arándanos del mundo...

—Contigo todo es especial.

Se rió y me miró. Sus ojos. Amaba esos ojos. Tenían un brillo especial. Y sonrió ampliamente.

—Nos hemos pasado la mitad de nuestra relación haciendo deberes y estudiando —dijo; parecía que él no entendía que todo con él era especial.

—¡No es verdad! Hemos hecho muchas cosas. He salido más este año que en toda mi vida —reí, volviendo a mirar por la ventanilla.

—Eso no es tu culpa. —Cuando me giré hacia él, estaba muy serio. Fruncí el ceño.

—No es de nadie, solo que soy un poco tímida.

Respiró hondo e intentó volver a sonreír, no lo consiguió.

—Lo siento —se disculpó—, pensar en ellos...

—Pues no lo hagas. Soy experta en eso, y funciona.

Sonrió ligeramente.

A veces me parece que se pasa de protector en cuanto a vosotros se refiere. Después de dieciséis años he aprendido a vivir con ello, no necesito que venga él a decirme lo horrible que es.

Puse mi mano sobre la suya que estaba en mi rodilla.

El resto del camino lo pasamos en silencio, hasta que no pude evitar exclamar de alegría cuando vi que nos había traído a la playa.

Sacó del maletero unas bolsas: me había comprado un bikini y una toalla. Lo miré sorprendida y él se encogió de hombros.

—Si te hubiera dicho qué traerte no habría sido una sorpresa.

Lo abracé con fuerza antes de besarlo. Lo quería mucho.

Sigo haciéndolo.

Cuando nos hemos despedido esta mañana en el aeropuerto, no he podido evitar que se me escaparan las lágrimas. Él me ha abrazado y me ha limpiado las mejillas con sus pulgares. Me ha besado en la frente y ha susurrado:

—Lo nuestro es más fuerte.

Y lo sé, soy muy consciente de ello, pero eso no hace que deje de doler tenerlo lejos.

Hemos prometido escribirnos todos los días y hacer al menos una videollamada cada tres.

Por alguna razón dudo que vayamos a cumplirlo durante más de un mes, o menos.

Pero Blake tiene razón: lo nuestro es más fuerte.

L.

Cuando la luna encuentre su lugar. [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora