4. ...Y sus palabras son suficiente...

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Y SUS PALABRAS SON SUFICIENTE

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...Y SUS PALABRAS SON SUFICIENTE...

Cuando estoy algo más tranquila, decido volver a la pista. Bajo los escalones y me acerco a los bancos que hay justo enfrente, donde están Sara, Rodrigo, Elena e Íñigo. Me siento donde encuentro un hueco. Sara eleva los brazos en el aire y sonríe.

—¡Hemos ganado!

Sonríe ampliamente y aplaude, igual que Elena, que le saca la lengua a Íñigo. Yo sonrío también. Rodrigo las mira con una pequeña sonrisa e Íñigo tiene los brazos cruzados, pero no puede disimular la sonrisa que protagoniza su cara.

En mitad de esa escena, miro inconscientemente hacia la izquierda. Lolo y Angélica están recogiendo las sillas. Con Nox. Se me corta la respiración durante una milésima de segundo. Acaba de alzar una pila de sillas y está llevándolas con el resto, junto al muro que separa el complejo de la carretera.

Deja las sillas en su sitio y, de alguna manera, debe de sentir mi mirada en su nuca, porque se gira directamente hacia mí. Me mira a los ojos unos segundos antes de volver al trabajo. Y nada más. Ni una sonrisa, por pequeña que sea, ni un sencillo gesto. Nada.

Siento una oleada de una emoción desagradable. ¿Decepción? No debería. No puede. Sobre todo porque aún no entiendo por qué me importa. Es prácticamente un desconocido, alguien que acaba de entrar en mi vida.

«Y que me acaba de hacer sentir más que cualquier otra persona que conozca.»

Sacudo la cabeza. No puedo seguir pensando en esas cosas. Puede acabar mal. Seguramente acabe mal. Y no voy a salir herida por segunda vez.

Vuelvo a la realidad e intento concentrarme en la conversación que están teniendo mis amigos. Están hablando sobre gente que ya se ha ido del complejo. Me hace gracia la admiración que le tienen a un chico, «Libo».

Sonrío cuando Elena me habla de una película que han grabado, pero que tiene más créditos que película.

—Pero es sobre todo porque hay tomas falsas. Que son muchas —termina de explicarme, con una risa.

Hambala hambala —murmura Íñigo a su espalda, con una carcajada.

Elena lo fulmina con la mirada antes de girarse hacia mí, poniendo los ojos en blanco.

—Tenía que decir eso para una escena.

—¡Es muy gracioso! —salta Íñigo—. Porque tenía que interpretar un ritual e inventarse palabras, y se puso a decir eso una y otra vez. —Empieza a reírse a carcajadas, contagiándonos al resto.

—Se reía tanto que tuvimos que echarlo —me dice Elena.

—Y llenamos el suelo de ketchup...

Siguen contando todo lo que tuvieron que hacer para grabar esa película de tres minutos. Pero llega un momento en el que no soy capaz de escuchar nada más, porque siento que está a mi espalda.

Cuando la luna encuentre su lugar. [✓]Where stories live. Discover now