—Pero yo tengo algo que tú no tienes, y sin embargo a mi tampoco me pertenece.

—La magia de Darek.

Confirmar mis sospechas solo hace que reviva aquella escena con Magnus. La vigilo de cerca esperando que en algún momento su cuerpo colapse y yo tenga que entrar en acción. Camina cómo el mismo porte y la misma seguridad que por los pasillos del Instituto, mientras se dirige hacia el despacho de la Inquisidora. Los shadowhunters la saludan, así como algún que otro miembro de la Clave que alcancé a reconocer. Saber que se había formado entre estas paredes, rodeado de miembros honorables como ellos, me hace sentir una envidia sana por ella. El Alexander que era antes de la llegada de Clary y lo que está desencadenó, anhelaria haber sido instruido por las mismas personas, y de la misma manera en que lo habían hecho con ella.

—Qué grata sorpresa.

Jia no duda en levantarse de su trono para rodear con sus brazos a su pupilo. Hera corresponde sin tanto entusiasmo, y le da fin lo antes posible.

—Jia, necesito devolverle esta magia a quien le pertenece —sus palabras le sientan como una patada en el estómago—. Mi cuerpo no ha sido diseño ni creado para contener magia. Mucho menos una tan fuerte como la de un sucesor del Príncipe del Infierno.

—Hera, devolverle a Darek su magia, sería como darle un arma cargada y dejar que nos apunte con ella en la sien —adopta un tono más serio y profesional, dejando de lado cualquier afecto que sienta por mi esposa, tomando su lugar como la Inquisidora—. He incluso si se la transfiriesemos a otro brujo, a saber que haría con una magia tan poderosa como la de Darek. El único brujo al que se la confiaría sin titubear, ha muerto.

Magnus. Jia se refiere a Magnus.

—Pero la magia me está consumiendo —la sigue hasta el escritorio, donde se sitúa frente a ella—. La siento arder por mis venas, y no sé cuanto tiempo aguantaré. Necesitamos un recipiente, algo donde poder contenerla.

—¿Necesitamos o necesitas, Hera? Son conceptos muy distintos.

—Morira —hablo por primera vez, atrayendo la atención de ambas mujeres. Las palabras crudas parecía ser lo único que lograba hacer pensar a la Inquisidora—. Si no transfiere la magia de Darek a otro recipiente, Hera va a morir. En su cuerpo, esa magia es como un cáncer que va arrasando con todo a su paso, y cada segundo se acerca más a los órganos vitales.

—Cuando un brujo recibe magia de otro, su cuerpo puede rechazarla como ocurre en ocasiones durante un trasplante de órganos. Debéis encontrar la manera de que su cuerpo tolere la magia, y por ende que no la mate.

—Eso es como si nos pidieses que le encontremos la cura al cáncer —murmura Hera, sin muchos ánimos de pelear por primera vez en su vida.

—Quizás no sea necesario una cura. Tal vez con una quimioterapia sea suficiente —insinúa, con sus ojos puestos otra vez en uno de sus tantos papeles.

¿Dónde había quedado esa calidez con la que la había recibido y abrazado nada más cruzar la puerta? Al igual que Hera, yo también conocia las dos personalodades de Jia Penhallow. Primero estaba su faceta como madre, aquella que había mostrado sobretodo cuando su hija Aline se juntaba conmigo, Isabelle y Jace siendo pequeños. Pero desde que había pasado a ser nombrada como la Inquisidora tras la muerte de la abuela de Jace, una nueva faceta había surgido, y si bien podía comprenderla hasta cierto punto, jamás la escogería sobre su lado cariñoso y agradable. Mucho menos, después de haber presencia una escena como esta, lo que me permite comprender mejor porque incluso después de tanto tiempo de convivencia, Hera no se había encariñado con ella ni la mitad de lo que lo ha hecho con Isabelle, o Clary.

AlecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora