Capítulo 41 Pequeño angel

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Entre las sombras surge tu mármol reluciente, al deslizarse, lenta, una llama de plata, aclarando las letras de tu nombre, la cifra de tus años. El místico esplendor flota y se aleja:
en mi lecho se apagan las luces de la luna y, cerrando los ojos fatigados, duermo hasta que el crepúsculo se sumerge en sus grises; y entonces sé que ya la bruma flota, como velo traslúcido, de ribera a ribera, y en el oscuro templo, al modo de un espíritu, centellea tu lápida a la aurora.

- Alfred Tennyson

Me oculté detrás de un muro, cerca de allí se encontraba un árbol, y a unos metros sobre una colina a un permanecía Lyonya colgado. Sentí una fuerte sensación de curiosidad por saber que había adentro de aquel edificio que se encontraba a mi izquierda o tal vez sólo era el miedo por haberlo descubierto. Estaba por examinar la abertura en la mitad de sus paredes, cuando una extraña silueta me golpeó por la espalda.

— ¡No podrás salvarlo si es lo que pretendes! — exclamó la voz con tono sepulcral.

La luz me encegueció, cubri mi cara con ambas manos y entrecerré los ojos al principio sólo vi la sombra que se movía, pero pronto comenzó a revelarse el cuerpo.

— Merick, me atormentaras con una alucinación tuya ¿no te es suficiente hacerlo en el mundo físico? — respondí, mientras entrecerraba los ojos.

— ¡Silvana! Esta no es una de tus alucinaciones, soy tan real como tú — contestó, mientras me sujetaba por el cuello.

Con las palmas del mano sujeté los brazos de Merick, sentí un temblor sobre mi pecho como si el corazón quisiera escapar. Impresionado por mi actitud Merick me miró fijamente a los ojos. Entonces apartó la mirada rápidamente.

— Que...

— Perdón te estoy sujetando muy fuerte — bromeó Merick con un acento extraño.

— ¡Qué intentas hacer! — grité, luchando por permanecer despierta.

— Vengar todas las injusticias de las que me han culpado, y si no puedo inspirar paz, inspiraré el terror sobre todos aquellos que me han acusado. Sobre mis enemigos y por mi creador, comenzaré. Buscaré su destrucción y no descansaré hasta destruir su corazón, y maldigan el día de mi nacimiento.

— Libérame — Murmuré.

Merick fijó sus ojos, esperando una respuesta. La última parte de su relato había encendido nuevamente su irá.

— ¡Me niego a liberarte! lejos de atormentarte estoy dispuesto a razonar contigo. Soy malvado porque siempre fui desgraciado. ¿Los hombres que intenté proteger me odian? ¿Por qué habré de compadecer a la humanidad?, ¿más de lo que se han compadecido de mí? Vengaré todas mis ofensas.

Mientras hablaba su cara se contraía con una contorsión demasiado horrorosa, pero después de un momento se calmó y continúo: — Yo razonaría, si alguna persona tuviera en mi sentimientos de compasión, yo lo regresaría multiplicado por cien. Pero ahora estoy soñando con una felicidad que jamás tendré, nadie puede devolver a la vida a mi amada y a mi hija que me han sido arrebatados, ahora sólo mi propia muerte los hará libres de mi sufrimiento.

Eché una mirada hacia el suelo, en ese momento me di cuenta de que había un charco de sangre debajo mis pies. El pánico se desató de nuevo en mi interior, respiré profundo y traté de permanecer en calma. Con mi vista periférica traté de observar mí pecho. Merick parecía haberse dado cuenta de que la sangre provenía de él, sus ojos se agrandaron, con lentitud giró su cabeza, mientras recorría con su vista, tratando de ubicar quién lo había herido.

— Ahora quien está indefenso — dijo una voz áspera que no podía distinguir — libérala y no morirás.

De repente las manos que me sujetaban del cuello fueron liberadas. Respiré profundamente tratando de llenar mis pulmones de todo el aire que podía, mi garganta ardía con cada trago de saliva que intentaba pasar, luego me incorporé. La mirada de Merick permanecía fija sobre mí y reía con disimulo.

— Adlef, creí que sería Lyonya quien te rescataría. Veo que eres demasiado fuerte para mis alucinaciones, ahora atormentaré el mundo real y desataré una guerra.

De un sólo movimiento mis parpados se abrieron, me senté sobre la cama, Verónica me observaba en silencio eché una mirada hacía Caroline, en ese momento grité: — ¡Detengan ha Merick! — . Mis ojos se cerraron de nuevo, Verónica me sostuvo entre sus brazos mientras mi cuerpo se relajaba y volvía a recostarme de nuevo.

PROVIDENCIA EL SEÑOR DE LA GUERRA Y LA REBELIÓN DE HUNTERWhere stories live. Discover now