Capítulo 19 Verónica

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Esa es la chica del molino y tan linda, tan linda se hizo, que quisiera yo ser el pendiente que en la oreja le tiembla: pues, oculto en sus bucles noche y día, rozaría su cuello tibio y blanco.

-La hija del molinero, versión Màrie Manet

Las nubes se tintan de color rojo conforme la esfera rojiza toma su lugar en el cielo. Considero algunas posibilidades mientras me recargo en la cubierta de la nave. Lo que sea que haya planeado Merick no puede ser bueno para nosotros. Por encima de mi hombro izquierdo la luz rojiza del amanecer se refleja, busco entre las bolsas de mi smoking y tomo una antigua fotografía de Verónica, recuerdo las últimas frases que ella me dijo «¿no deseas poder ser feliz simplemente tomar las maletas y subir a un tren? ¿No tener que aceptar las cosas que no te agraden? ¿Poder sentir que la vida es controlada por ti en vez de ser sólo un tripulante?». Cualquiera que nos haya visto supondría que era la ruptura, pero era parte de nuestro día a día. Nada extraño ni grave entre nosotros, últimamente discutíamos.

Ella continuó: «¿Recuerdas aquella canción que escuchamos en nuestra primera cita? " No me interesa qué planes tenga, puedo posponerlos. Si quieres llamarme, llámame. Tú no tienes de qué preocuparte. Puedes despertarme a media noche"».

Volví a afirmar.

Seguidamente añadió: «Siempre he creído que esa canción describía nuestra relación, otra manera de decir te amo». Parecía que se encontraba a punto de decir aquellas frases al estilo: «No funciona para mí», «estoy cansada de discutir», «por qué nos tratamos así si tanto nos amamos», tan sólo me miraba.

— Richard, tengo que dejarte.

Tengo... Esa frase terminó con mi calma atrayéndome en un instante a la realidad que estaba ocurriendo en aquella habitación.

— ¿Tienes que dejarme? — pregunté.

— Tengo.

Se produjo de nuevo ese silencio y me observó de nuevo.

Finalmente negó con la cabeza, no era necesario intentar seguir con ese juego, ya era señal de que todo se había terminado. Sabía que tenía buenas razones para dejarme, aunque resaltaba una más que las otras. Antes de que decidiera preguntarle, mi comunicador sonó, dude en contestar, sabía que no era el momento oportuno. Era la última gota que derramaría el vaso.

— Hank, estamos por acercarnos a Gu Dong — dijo Hiroshi poniendo su mano sobre mi hombro, al mismo tiempo me sacude: — Estamos por aterrizar.

— ¿Qué pasa?

— Estamos por aterrizar — repuso.

— En ese caso prepararé el Toyota C -HR — respondí.

— ¿Te llevarás el Toyota?

— Pueden tomar el Humvee.

— De acuerdo, sólo no dañes la pintura. Informaré a Annika que estás listo para aterrizar

— respondió, Hiroshi.

— Sólo por eso montarán guardia en la nave.

— Creo que me parece justo.

La ciudad de Gu Dong se ve reconstruida, pero aún quedan algunas señales de la guerra. Sobre un ventanal de un edificio se ve el pálido color anaranjado del sol. Tomo rumbo a la carretera el tráfico, está cada vez más pesado. A lo lejos veo el Centro Grand. Aparco cerca del edificio y subo por las escaleras. Verónica está sentada en una de las mesas situadas en el fondo.

PROVIDENCIA EL SEÑOR DE LA GUERRA Y LA REBELIÓN DE HUNTERحيث تعيش القصص. اكتشف الآن