Epílogo

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Skylar:

Trago saliva con esfuerzo, y observo por última vez las paredes de mi habitación, mirando detalladamente cada objeto que la adorna. Mis ojos caen sobre el póster de Scream en la pared e inmediatamente y sin querer hacerlo pienso en Alex.

«—¿Y qué le puedo regalar? —duda.

—Mmm... no sé... tiene gustos raros.

—Como la hermana.

—Claro que n...

—Tienes a Chucky y su novia, un póster de Scream en la pared y una lámpara con forma de cápsula con un bebé Alíen dentro.»

Cierro con pesar mis ojos para eliminar el escozor.

Alex:

Me paso una mano por el pelo húmedo y me quedo mirando la bata de baño que me he puesto. Es la misma bata ostentosa que dije que no me gustaba usar, pero que ponérmela me recuerda a Skylar, porque fue ella quien la usó por última vez.

«—¿Es tuya?

—Sí, fue un regalo.

—¿Y la usas?

—Ciertamente no.

—Parece ser la bata de un gángster con mucho dinero que tiene hasta tigres de mascotas y una estatua con alguna frase como la de «el mundo es tuyo»

La gracia que me causa escucharla decir tal cosa me hace reírme y acercarme hasta abrazarla.

—Tienes mucha imaginación, póntela —le quito la bata y se la coloco encima de su ropa —. Ahora tú pareces ser la novia del gángster que tiene tigres de mascotas.»

Cierro con fuerza la puerta del baño.

Skylar:

Parpadeo lentamente y me obligo a mirar hacia el techo para alejar mis lágrimas. Los últimos veinte días han sido un martirio, cada día es más duro que el anterior: no hay noche que no esté llorando en la madrugada, no he podido comer como antes lo hacía, y descubrí que estar dormida es como morir por un momento, porque no sientes nada, no piensas nada y no recuerdas nada, incluso, ni siquiera sientes hambre.

La mayor parte del día estoy durmiendo, tomando pastillas en forma de gomitas que lo que hacen es hacerme dormir por doce horas seguidas. Sin embargo, muchas veces estar dormida no garantiza que no sueñe, y es peor; porque me despierto llorando, sin poderme sacar sus ojos azules y su maldita risa que se quedó memorizada en mi cabeza.

Mis ojos caen sobre la luna que aún permanece a lado de mi cama y detengo la canción que se reproduce en mis audífonos. Ya no quiero llorar, ya no quiero sentirme herida, pero por más que intento no puedo sacármelo de la mente, no me puedo sacar su traición del corazón, y me ha costado mucho entender y aceptar que siempre fui la segunda mujer.
Siempre.

Cierro mis ojos con fuerza, limpiándome la humedad con los dedos y apoyo las palmas de mis manos sobre el escritorio, mirando a través de la ventana el vecindario que ya no veré. No me quiero ir; porque siento que estoy dejando una parte de mí aquí, pero sé que esa parte ya no estará más conmigo, porque la tiene otra persona.

Quiero AmarteDove le storie prendono vita. Scoprilo ora