Capítulo 39.

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Me puse las gafas de sol y la gorra en la cabeza antes de salir de la habitación.
Me cogió de la mano y me llevó por el pasillo hasta el ascensor, manteniendo la mirada al frente. Cuando llegamos a la entrada, un botones trajo su coche y nos abrió las puertas.

—¿A dónde vamos? —pregunté.

—Al lugar donde vamos a celebrar la boda.

—¿Por qué?

—Porque tenemos que verlo juntas antes de mañana. —Esperó a que me abrochara el cinturón de seguridad antes de acelerar hacia la noche.

Media hora después, detuvo el coche encima de los adoquines y me ayudó a caminar por ellos. Me deslizó el brazo alrededor de la cintura para entrar en el lugar donde la señorita Corwin y su personal estaban ocupados con detalles de última hora.
La mujer arqueó una ceja al vernos entrar.

—¿Ustedes dos no deberían estar en la cama? —Sonrió—. ¿Por separado?

Daniela me besó en la mejilla.
—Queríamos echar un último vistazo juntas para comprobarlo todo.

Ella asintió con la cabeza y nos acompañó por el pasillo, donde otro miembro de su personal estaba ultimando un arreglo floral de más de tres metros de altura. —La ceremonia será al otro lado de esa puerta, ¿recuerdan? Y la sala donde celebraremos la recepción está a la derecha. En realidad... —Sacó un trozo de papel del bolsillo—. Este es un plano a escala, pueden verlo ustedes mismas, aunque tendrán que marcharse dentro de tres cuartos de hora como muy tarde.
No quiero que los fotógrafos puedan captar imágenes suyas.

Nos reímos mientras avanzábamos por el pasillo.
Quería llegar a la sala de la recepción, para poder estudiar los cambios que ella había introducido, pero me abrazó, haciéndome suspirar.

—Eso lo verás mañana —me aseguró.

Cuando salimos a la oscuridad exterior, vi cientos de sillas blancas marcadas con señales en color marfil, rosado y otros colores pastel, así como una glorieta blanca preciosa cerca del borde de la hierba recién plantada.

—Ven aquí. —Daniela me condujo por el pasillo hasta la glorieta. Me indicó que me sentara en un banco y suspiró—. Quiero que veas esto antes de que te lo entregue mañana, porque a partir de entonces, no quiero que te lo quites nunca.
Metió una mano en el bolsillo y sacó una caja de joyería que me tendió. Negué con la cabeza, rechazándola.

—Eso da mala suerte... Tienes que ver tú la tuya antes. —Metí la mano en el bolsillo de la bata y le puse la cajita encima del muslo.
La estudió durante un buen rato, y luego la abrió y se quedó quieta. Por fin, me
acerqué y sostuve la alianza ante la luz.

—«Mi último amor, mi alma, mi todo» —leyó en voz alta, haciendo que contuviera la respiración.
Sonrió mientras sostenía el anillo en la palma de la mano; era una banda de
platino con dos delgadas hileras de diamantes diminutos, con una M y una D grabadas y entrelazadas en un sello central.
—Es precioso, María José... —susurró con la voz ronca—. Lamento haber pensado que no querías diseñarla. —Negó con la cabeza y dejó la alianza de nuevo en la caja—. Mira la tuya.

Me volvió a entregar la caja abierta, y tuve que contener el aliento en el momento en que vi las piedras preciosas que brillaban en la noche. Introduje el dedo en la caja y lo pasé por los diamantes blancos y azules que estaban dispuestos en forma de ola. En el interior de la banda había una frase: «Siempre tuya, mía para siempre».
Sentí que me caían las lágrimas por la cara y metí los dedos por debajo de las gafas de sol para secarlas.

—Quiero leerte mis votos. —Me besó la mejilla húmeda.

—Pensaba que habíamos quedado en que no escribiríamos votos...

—Estos quería que los escucharas solo tú. No son apropiados para decirlos en público. —Sonrió y me limpió una lágrima de la mejilla—. ¿Por qué estás llorando?

—No estoy llorando.

-—Jamás aprenderás a mentir bien. —Me limpió nuevas lágrimas y se inclinó hacia delante como si fuera a besarme, pero se contuvo—. María José Garzón..., la primera vez que follamos...

—¿En serio?

—Claro que no. Solo quería asegurarme de que estabas escuchándome. — Sonrió—. Cuando te conocí y me rechazaste, sinceramente pensé que estabas loca, que no era posible que no quisieras salir conmigo. Se me ocurrió que estabas jugando a hacerte la difícil, pero entonces, volviste a rechazarme en el trabajo... Cuando por fin me diste la oportunidad de mostrarte como era, en un tiempo limitado, nada menos, y casi no me hablaste..., supe que eras especial.
»Y cuanto más tiempo pasábamos juntas, dejando a un margen el sexo increíble, no pude evitar enamorarme de ti... Sé que no creías que pudieras tener una segunda oportunidad en el amor, y que te molestaba nuestra diferencia de edad, pero quiero que sepas que jamás he pensado en los años que nos separan ni un segundo, y que nunca... Por favor, si ocurriera alguna tragedia entre hoy y mañana, quiero que sepas que antes de ti no conocía el amor, y que eres, sin duda, el amor de mi vida.
Me temblaba el labio inferior, y ya no intentaba siquiera reprimir las lágrimas.
—Eres la mujer más hermosa que he conocido en mi vida, y estoy deseando poder decir oficialmente que eres mía para siempre... —Apretó un dedo contra mis labios—. Nunca te haré daño ni te traicionaré, ni permitiré que nadie lo haga.

—Daniela... —Ahora sí estaba llorando. Todo esto era demasiado intenso.

—Pienso seguir enviándote flores todos los días, porque son ellas las que te merecen, porque haría cualquier cosa por ti..., y prometo amarte, apreciarte y follarte hasta dejarte sin aliento durante el resto de nuestras vidas.

Sorbí por la nariz y solté una risita.
—Esos votos son preciosos... Sobre todo la última frase.

—Esa fue la más difícil de escribir. —Me besó en la frente—. Te amo, mi amor.

—Yo también te amo. —Me incliné hacia ella para besarla, pero me detuvo poniéndome las manos en los hombros—. Mañana... —susurró en voz baja.

Suspiré.
—¿Vas a decirme dónde vamos a ir de luna de miel?

Negó con la cabeza y, levantándose, me tendió la mano. Luego me enlazó con el otro brazo por la cintura para mostrarme la rosaleda que había importado del sur.
No nos dijimos una palabra más. Solo dejamos que nos envolviera el familiar silencio que tanto nos gustaba a ambos.

Después de una última mirada al cielo y de pedir deseos a las estrellas, me dio un beso en la frente y me llevó de vuelta al hotel. Cuando llegamos al ascensor, me sonrió y miró debajo de las gafas de sol.
Al cabo de unos segundos, cuando se abrieron las puertas, me invitó a salir para acompañarme a la suite.

—Nos vemos mañana... —Me puse de puntillas y la obligué a bajar la cabeza. Me moría por que me besara en los labios, aunque solo fuera una vez.

—Hasta mañana, futura esposa —dijo en voz baja, besándome la mano—. Deberías entrar en tu habitación antes de que te arrastre a la mía y me olvide de que mañana nos casamos.

Le besé en la mejilla.
—Buenas noches, futura sexy esposa.

MI JEFA OTRA VEZ | PT2Where stories live. Discover now