Capítulo 14.

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Cogí el teléfono y llamé a Greg.
—Señorita Daniela—repuso al instante.

—Por favor, dime que sabes exactamente dónde vive el exmarido de María José y que no me lo dices para que no vaya a matarlo.

—Se lo digo, señorita.

«Eso pensaba...».

—¿Sabes por qué está en San Francisco?

—Todavía estamos tratando de averiguarlo. Se lo comunicaré en cuanto me entere. ¿Eso es todo?

—No. Quiero que controles el correo de María José a partir de ahora. No debe recibir nada de Richard Hayes ni de R. H., ni nada que no tenga remitente. Y quiero que me entregues todo lo que reciba para que pueda deshacerme personalmente de ello.

—Manipular el correo ajeno es un delito federal, señorita Daniela.

—Me importa un carajo. Hazlo. —Colgué y miré una vez más la carta de Richard antes de meterla en la trituradora de documentos.

«Lo mataré...».

Comenzó a sonarme la alarma de la siguiente reunión, pero estaba demasiado ensimismada para meter la mano en el bolsillo y apagarla.
Permanecí sentada, todavía aturdida, enfadada e irritada. No podía creer que su exmarido tuviera el valor de ponerse en contacto con María José —mi María José— después de tanto tiempo.

Estaba a punto de cancelar todas las reuniones del día para ir al despacho de Andrew y ordenarle que investigara a fondo, pero oí el tono especial que tenía en el móvil para María José.
Saqué el móvil y empecé a leer su mensaje de texto.

«Todavía no me puedo creer que me envíes flores todos los días. ¡¡TODOS-LOS-DÍAS!! Estás como una cabra, pero disfruto de cada segundo a tu lado. Las flores de hoy son increíbles, me encantan.

Te amo con todas mis fuerzas, Daniela.

Tu último amor, María José».

Y en ese momento la temperatura de mi sangre comenzó a enfriarse y el dolor que sentía en el pecho cedió un poco.

«Ya me encargaré después de Richard...».

********

—¿Qué te parece este? —Andrew sostuvo ante mí la mano de un maniquí y la movió despacio, para que pudiera apreciar el brillo de los diamantes bajo la luz.

Estábamos en la joyería Valenti's, y la dueña había cerrado para que pudiera elegir en privado la alianza de boda de María José.

Saqué el anillo del dedo de plástico y lo sostuve ante mis ojos, negando con la cabeza.
—No, a ella no le va a gustar.

—Cualquier mujer apreciaría una alianza de oro rosa con diamantes como garbanzos, cualquiera. Créeme, he estado con las suficientes como para saberlo. —Sonrió.

—Hablando de mujeres..., ¿no me has mencionado últimamente un trío? Estuviste con dos actrices, ¿verdad? No me has llegado a contar qué tal fue...

—Ni lo haré... —Se encogió de hombros—. Espera un momento, ¿por qué le vas a comprar a Majo otro anillo de diamantes? El de compromiso ya es de dieciocho quilates, ¿no es suficiente?

—Quiero que su alianza sea especial, pues ella está personalizando la mía.

—Vale. —Miró al techo—. Debería haber adivinado que acabarías casándote con ella. Te quedaste presa de ella desde el primer momento.

—No es cierto.

—Claro que no... —ironizó—. Es normal en ti llamarme a la una de la madrugada para decirme que has visto a una mujer en una fiesta, una mujer con la que ni siquiera has llegado a hablar, para que me ponga a seguir su rastro cuatro horas después.

MI JEFA OTRA VEZ | PT2Where stories live. Discover now