Capítulo 31.

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CALLE

—No pareces demasiado bien. —Juli empujó hacia mí una botella de agua por encima del escritorio—. Y en la reunión de esta mañana apenas has hablado. ¿Te encuentras bien?

—No.

—¿Ahora te has venido a vivir al despacho? No has movido al coche en toda la semana y ni siquiera has quedado anoche para cenar con Majo.

No respondí.

Suspiró y rodeó el escritorio hacia mí.
—Mira, sé que no es un asunto de mi incumbencia...

—No lo es. ¿Has roto ya con tu novio secreto? Me he dado cuenta de que tu trabajo ha mejorado de una forma increíble...
Miré al techo y abrí la botella de agua.

—¿Señorita Daniela? —dijo Angela por el intercomunicador—. Andrew ha llegado para la reunión que tenían prevista a las tres. ¿Le digo que la cita con Juli se está alargando?

—No, ya hemos terminado. Dile que entre.

Juli me abrazó sonriente.
—Daniela, no me he pasado horas probándome vestidos de dama de honor
para nada. Será mejor que hables con ella y arregles este problema. Adoras a María José, y lo sabes.

—Adiós, Juli.

—Yo también te quiero. —Se levantó y fue hacia la puerta, donde se cruzó con Andrew.

En ese momento, lo supe. Con meridiana claridad... La forma en la que se iluminaron los ojos de Juli mientras él le sostenía la puerta abierta, la manera en la que él casi se inclinó para besarla, pero se contuvo y se limitó a sonreír.

«¡¿Qué-puta-mierda...?!».

Esperé hasta que se cerró la puerta, hasta que Andrew se sentó ante mi escritorio, justo enfrente de mí.

—En fin... —Se aclaró la garganta—. Bueno, sobre la cuenta Meyer, estaba pensando que podríamos investigarlos a fondo un poco más antes de que lleguemos a un trato con ellos. ¿Qué te parece?

—¿Estás tirándote a mi hermana?

—¿Qué? ¿De qué demonios hablas?

—La respuesta es sí o no. ¿Estás-tirándote-a-mi-hermana?

—Es que... No se trata de eso.

—¿Sí o no?

Suspiró.
—No..., no...

—¿Entonces? ¿Te la vas a tirar?

—Daniela... No se trata de lo que estás pensando.

—Por tu bien, espero que no. —Lo miré con los ojos entrecerrados—. ¿Cuándo cojones pensabas contarme algo al respecto?

—Quería hacerlo desde hace semanas, pero sabía cómo ibas a reaccionar... Lo que tengo con Juli no tiene nada que ver con las relaciones que he tenido en el pasado. Y si me dieras un segundo, te lo podría explicar.

No podía escuchar nada de lo que me estaba diciendo. Lo único que quería era romperle los huesos de la cara, empujarlo por la ventana y ver cómo caía hacia una muerte segura. No me importaba cuánto tiempo llevaran tonteando ni por qué. Por mi pare, no era suficiente para Juli, fuera mi mejor amigo o no. Sobre todo porque su lista de ligues era el cuádruple de larga que la mía.

—Jamás le haría daño —añadió—. Lo juro.

—Vete de aquí.

—Daniela, no te pongas así. Solo...

—Solo puedo enfrentarme a un puto tema a la vez, así que deberás perdonar que no quiera hablar con el tipo que está a punto de follarse a mi hermana y destrozarle el corazón. Vete ya. —Me di la vuelta en la silla y esperé hasta que oí que se cerraba la puerta.
«¿Esto está ocurriendo de verdad?», me pregunté.

Cogí el teléfono y llamé a Angela.

—¿Sí, señorita Daniela?

—¿Acaso la señorita Garzón ha enviado un mensaje a todas las personas que forman parte de mi vida para pedirles que me hicieran tan desgraciada como fuera posible esta semana?

—Mmm... No, señorita. No que yo sepa.

—¿Podrías comprobarlo?

—Sí, señor. ¿Todavía sigue en pie la cita de esta tarde con la diseñadora de la alianza?

—No sé... Cancélala, por favor. —Colgué y suspiré. Había llamado el día anterior a la señorita Valenti para preguntarle si María José había pasado para diseñar mi alianza, y —sorpresa, sorpresa—, no lo había hecho.

Había bromeado con ella cuando me reveló que había asistido a clases de baile erótico, diciéndole que ya era la María José que conocía, y también cuando estuve con ella en aquella celda de BDSM. Pero ahora que la preparación de nuestra boda se estaba yendo a la mierda y que su exmarido quería colarse en su vida de nuevo, podía decir sinceramente que ni siquiera la reconocía.
No actuaba como la María José a la que yo amaba...

Me di la vuelta en la cama tratando de abrazarla, y me maldije a mí misma por hacerlo. Hacía semana y media que no nos veíamos o hablábamos. Y seguía llamándome por teléfono cada hora en punto.
Yo seguía durmiendo en la suite del despacho, leyendo las notas que me dejaba. La que me había enviado el día anterior:

«Eres el único amor de mi vida. Por favor, escúchame.

María José».

O la que me había dejado ese mismo día:

«Echo de menos las notas que me enviabas con las flores... Eso era lo que las hacía especiales...».

Casi podía ver su expresión cuando recibía las flores sin nota: literalmente la imaginaba meneando la cabeza mientras trataba de no llorar. Por mucho que me doliera pensar que sufría, no podía consolarla, porque yo también estaba herida.
Suspiré y miré el reloj: eran casi las tres de la madrugada. A pesar de que seguía muy herida, se me ocurrió que cuando me llamara de nuevo querría contestar.



















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MI JEFA OTRA VEZ | PT2Where stories live. Discover now