Capítulo 1.

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POCHÉ

OCHO MESES DESPUÉS...

—Necesito trescientas losas de granito aquí mañana por la tarde. ¿Sería posible? Ah, y también deberíais comprobar que los pomos de las puertas que he diseñado para Mulholland han superado las pruebas. Vale... Muchas gracias.

Colgué el teléfono e hice girar la silla de oficina sobre su eje mientras miraba sonriente las rojas y blancas letras entrelazadas que habían rotulado sobre mi puerta.

Estaba sentada en mi despacho en la empresa M&C's Company, mi propia empresa de diseño de interiores. Había dejado mi trabajo en la empresa de Daniela algunas semanas después de que volviéramos a estar juntas, después de que me exigiera que aceptara su dinero para fundar mi propio negocio.

Al principio todo había ido extremadamente despacio, sobre todo porque ella seguía apareciendo por allí a mitad del día, lo que me impedía terminar las tareas. Pero después de cuatro meses empecé a hacer clientes, y el boca-oreja consiguió que mi buen hacer comenzara a extenderse como la pólvora.
Ahora tenía una lista de espera de seis meses para los proyectos de diseño, y me había propuesto ampliar la tienda para incluir muebles pequeños para el hogar.

Recoloqué con orgullo las fotos que decoraban mi escritorio: Daniela y yo sonrientes en su yate favorito; ella saltando con mis hijas al mar. Y la más reciente, una en la que ella me besaba en el escenario después de recibir otro prestigioso premio.

—¿Señorita Garzón? —dijo mi secretaria—. Me voy a comer. La cita de las doce ha llegado antes de tiempo y está esperando.

—Dile al cliente que enseguida lo recibo. —Me puse la chaqueta y salí al pasillo. Desde que tenía tantos clientes, no era capaz de disfrutar más de cinco minutos a solas.
—¿Lucia?
Rodeé el mostrador de recepción.
—Te he dicho ya que Andrea y tú no necesitan tener una cita para verme. Podrías haber llamado.

—Ya, claro. —Puso los ojos en blanco—. Se podría decir que vives aquí.

Negué con la cabeza.
—¿Qué quieres?

—Necesito treinta dólares.

—¿Perdona?

—En realidad necesito cincuenta. Y también Andrea, pero con que nos des treinta a cada una llega.

—¿Se han puesto en el aeropuerto a repartir dinero? ¿Qué hacen con lo que ganan?

—¿Qué pasa? —Andrea entró por la puerta y se detuvo delante de ella, sin ni siquiera mirarme—. ¿Todavía no te ha dado el dinero?
—No. —Lucia suspiró—. Parece que piensa que somos capaces de ahorrar de lo que ganamos con nuestros trabajos.

—¿Cómo esperan ir a la universidad en otoño si no saben ahorrar? —Estaba harta de hablar de ese tema con ellas—. ¿Acaso piensan que el dinero crece en los árboles? ¿O que cae del cielo cuando lo necesitan?

—¿No nos va a dar el dinero?
—Creo que es lo que quiere decir.
—¿Le has dicho ya que es para la madre de las fiestas del verano y que todo el mundo va a ir?
—No, solo le he pedido el dinero. No se me ha ocurrido que tuviera que explicarle el porqué.

Suspiré, preparada para empezar a soltar un sermón, pero Daniela entró en ese
momento con un enorme ramo de rosas de color amarillo brillante.
—Buenas tardes, señoritas. —Me miró y luego echó un vistazo a mis hijas.

—Buenas tardes —respondieron al unísono—.
¿Podemos pedirte cincuenta dólares cada una? —preguntó Andrea con una sonrisa.

—Claro. —Daniela sacó la cartera y les entregó un billete de cien dólares a cada una
como si nada.

MI JEFA OTRA VEZ | PT2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora