Capítulo 32.

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Justo a las tres sonó el teléfono, y me lo llevé a la oreja.
—¿Sí? —Traté de ocultar el dolor de mi voz.

—Hola, Daniela. —Era Lucia.

—¿Lucy? Hola, ¿qué tal?

—Estoy bien. Andrea y yo queremos ir a casa este fin de semana para cenar con ustedes, si les parece bien... Nos hemos cansado un poco de la comida del campus.

—Perfecto. Voy a... a encargarme de todo. ¿Algo más?

—No... ¿Tú piensas que Andrea y yo somos idénticas de verdad o solo iguales?

—¿A qué te refieres?

—¿Cuánto tiempo tardaste en averiguar quién era quién después de conocernos por primera vez?

—Una semana. —Me reí—. ¿Por qué?

—Vale. Le pediré a Andrea que se presente por mí a los exámenes de estrategia física.

—¿Perdona? —La oí contener la respiración y supe que no había querido decir la última frase en voz alta—. ¿Vas a correr el riesgo de que te expulsen? ¿Es lo que acabo de oír, Lucia?

—¡¿Qué?! No, es que...

—Tienes diez segundos para decirme qué demonios está pasando. Y no te atrevas a mentirme. —Suspiré—.

—Me perdí las dos primeras semanas de clase porque me quedé dormida... Salí todas las noches y, ya sabes, es física. Lo que mejor se me da. O eso creía... Y no puedo acceder al programa de vuelo con menos de una B.

—¿Y?

—Esto no es física normal... Es un curso de estrategia. No se trata de cuántos temas superas, sino de cuáles pasas. Al parecer, los problemas que elija para resolver son los dos puntos que valen... —Se le quebró la voz—. Solo hay cuatro pruebas este semestre, y no he superado la primera. Es terrible. Tengo que sacar una A en cada una de las restantes para obtener una media de B.

—¿Esto significa que Andrea lo está haciendo bien?

—¡Ja! ¿Estás de coña? —Se rio—. Claro que lo está haciendo bien. Estrategia es lo que mejor se le da. Tiene la puntuación más alta de la clase... Ha tratado de ayudarme, pero no lo entiendo...

Suspiré y negué con la cabeza antes de decirle lo decepcionada que me sentía de que se le hubiera ocurrido pedirle a Andrea que hiciera trampa por ella, y lo mucho que me molestaba que no se estuviera tomando en serio la universidad. Le aseguré que le buscaría un profesor particular, pero que tendría que comprometerse a sesiones de veinte horas semanales, por la noche, en vez de ir a fiestas. Sabía que era la única forma de que se lo tomara en serio.
Me pareció que estaba intentando no llorar, pero me di cuenta de que no iban por ahí los tiros.

—¿Cuándo empezarán esas clases? —preguntó.

—Esta noche. Le diré a Greg que vaya a buscarte. Y te ayudaré yo misma.

—Vale..., gracias. —Soltó un sollozo antes de colgar.

La llamada de las cuatro de María José fue puntual como un reloj, pero, aunque quería cogerlo, no pude. En lugar de eso, encargué el chocolate caliente favorito de Lucia, pedí a una tienda de golosinas cercana que enviara un catering de golosinas a la oficina. Me puse a pensar en problemas de estrategia física para no hacerlo en María José.

Un poco después de las ocho, oí que llamaban a mi puerta.
—Un segundo. — Dispuse unas cuantas calculadoras sobre el escritorio y abrí. Era Lucia, Andrea y María José...

—Hola —las saludé, evitando mirar a María José. Supe que había estado llorando por la forma en la que se había maquillado y peinado el pelo, sobre la cara, pero no me atreví a decirle nada.

MI JEFA OTRA VEZ | PT2Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt