Capítulo 8.

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—¿Qué haces aquí? —susurré.

—Casi no te reconozco cuando he entrado. Tienes muy buen aspecto..., muy, muy bueno... —Me miró de arriba abajo—. La vida te está tratando bien.

—¿Qué-coño-haces-aquí? —pregunté con los ojos entrecerrados.

—Mira, ya sé que soy la última persona que quieres ver en este momento, pero estaba en la ciudad y he pensado que podría...

—¿Invitarme a cenar? ¿Enterarte de mi vida? No tengo nada que contarte.

—Lamento disentir, pero tenemos que hablar.

—No, gracias. No me interesa.

—Es importante. —Suspiró.

—No. Mi respuesta es no.

—María José, han pasado ya cinco años. Al menos podríamos ser cordiales entre
nosotros.

—¿Cordiales? ¿Cuán cordial crees que puedo ser con el impresentable capullo que dejó a mi ex mejor amiga embarazada? —Negué con la cabeza—. Ni siquiera quiero que me respondas, ya que he gastado los minutos de tonterías del día. Por favor, lárgate de mi tienda.

—María José, vas a escucharme. —Dio un paso adelante y me miró a los ojos—. Te guste o no, vas a quedarte ahí y oír cada puta palabra que tengo que decirte.

Crucé los brazos.
—Si yo estuviera en tu lugar, me dejaría en paz en este instante. Mi prometida llegará en cualquier momento y no va a ser contigo tan agradable como yo.

Su expresión cambió de forma radical.
—¿Estás... estás comprometida? ¿Con una mujer?

—Por favor, lárgate, Richard. —Sentía un intenso dolor en el pecho, un dolor
indescriptible—. No quiero que estés aquí. No quiero verte.

Se me quedó mirando al tiempo que negaba con la cabeza mientras retrocedía lentamente.
Antes de abrir la puerta, me miró por encima del hombro.
—Solo me voy porque estás cerrando y soy educado. Lo cierto es que solo quería asegurarme de que era verdad que trabajas aquí. Créeme, volveré; y vamos a hablar.

Tuve que contenerme con todas mis fuerzas para no correr hacia él y clavarle el plumero, pero me quedé quiera. Paralizada. Lívida.
En cuanto se largó, me puse de nuevo en movimiento y lancé el plumero al suelo. Luego fui detrás del mostrador y pulsé el botón que hacía bajar el papel de vidrio, bloqueando la entrada a todo el mundo; no quería correr el riesgo de que regresara al cabo de unos minutos.
Me encerré en el cuarto de baño, abrí el grifo del agua fría y me salpiqué la cara una y otra vez. Por más que intentaba luchar contra ello, el recuerdo más vívido y amargo de nuestro matrimonio empezó a dar vueltas en mi mente.

Me encogí ante ese mal recuerdo y me eché más agua en la cara.
No podía creerme que tuviera la audacia de presentarse ante mí e intentara mantener una conversación normal conmigo, actuando como si fuera capaz de decirle incluso qué hora era.

«¿Qué coño querrá?».

Sonó un golpe en la puerta, pero no respondí. No podía. Estaba temblando, y mis pensamientos se veían consumidos por la rabia y la ira.

«¿Por qué ha tenido que aparecer aquí? Sabe que lo odio...».

—¿María José? —Daniela estaba al otro lado de la puerta.

—¿Sí? —Salí del trance y abrí.

—¿Por qué estás aquí? ¿Por qué tienes la cara mojada? —Cogió una toalla de un estante y me la apretó con suavidad contra las mejillas—. ¿Tienes fiebre?

—No..., estoy... —Vacilé.

—Si quieres, podemos anular la cita. —Me rodeó la cintura con el brazo y me llevó hacia delante—. Podemos ir otro día. Parece que no te encuentras bien.

—No lo estoy... Richard acaba de estar aquí.

Se puso tensa de repente y me miró con los dientes apretados.
—¿Tu exmarido Richard?

Asentí con la cabeza.

—¿Qué quería?

—No lo sé... Le he dicho que se fuera. No quería hablar con él.

—Bien. —Su mirada se volvió más tierna, pero me di cuenta de que estaba irritada—. ¿Cómo ha sabido dónde trabajas?

—No lo sé... —Lucia y Andrea sabían que no quería verlo ni en pintura, que no podían ni mencionar su nombre. Los pocos amigos en común que todavía manteníamos en Pittsburgh podían saber algunas cosas de mi nueva vida, pero siempre menudencias que no compartirían con él.

—¿Sabes por qué se ha molestado en venir a San Francisco?

Negué con la cabeza. Aquí no era bienvenido.

—Mmm... —Me abrazó y me besó el pelo—. Me voy a asegurar de que no vuelve a molestarte nunca.

Quise preguntarle «¿Cómo?», pero sabía que lo haría sin más. Me apoyé en ella y suspiré mientras me guiaba al asiento del copiloto de su coche.

—Puesto que por fin has salido a tiempo del trabajo, ¿qué te apetece cenar? — Aceleró y me miró.

—A ti.

—Eso es interesante... —Sonrió—. Podemos pedir algo.

Miró al frente y aceleró camino de la autopista, lo que me hizo sonreír, porque mi vida era perfecta en ese momento: todo lo que quería y necesitaba estaba a mi lado, sentada en el coche.

Al mirar por la ventanilla, vi desaparecer la ciudad en la distancia, y traté de no pensar en la visita de Richard, aunque no pude evitarlo.
Salvo los momentos en los que establecíamos los tiempos para ver a nuestras hijas, Richard no me había molestado nunca desde que me había trasladado a vivir aquí. Sabía que no debía hacerlo, y yo no quería que mi doloroso pasado chocara con mi presente perfecto. Nunca.

«Tiene que ocurrir algo realmente serio para que él venga aquí... No, que se joda. Me importa un carajo lo que le pase...».

MI JEFA OTRA VEZ | PT2Where stories live. Discover now